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el ciutat acabó desquiciado y nervioso por otra final perdida

Desesperación en Orriols

VALÈNCIA. La imagen de Postigo al final del partido definió el manojo de nervios en que se había convertido el Ciutat. Orriols no daba crédito: el Levante había tirado por tierra otra alineación de astros que le llevaba al ascenso directo en caso de sumar de tres. Al menos, le devolvía a la pomada y le ponía a la delantera si goleaba a un Ibiza cuyo plan de partido estaba claro desde que la isla es isla y Lucas Alcaraz desembarcó en ella. Ni el regalo de los rivales directos ni el ambiente de olla a presión del estadio granota -esta vez con casi 19.000 almas en sus gradas- había servido para que el equipo de Javi Calleja diese el do de pecho. El 0-0 no descarta al Levante para pelear el ascenso hasta el último aliento, pero sí cansa a una parroquia que se pega con una pared en los morros cada dos por tres. Así que el capitán hubo de acercarse a la grada de animación para calmar las aguas.

No había salido nada. El gol sigue demasiado lejano a los arietes del equipo y la ansiedad se había vuelto a apoderar de la plantilla. Era complicado para cualquiera encontrar una explicación medianamente convincente para sosegar a una muchedumbre furiosa. Por eso fue de esperar que Postigo se marchara de la improvisada cumbre con sus hinchas al son de "¡Estamos hasta los huevos!". Ya antes, durante los últimos minutos de encuentro, Orriols había mostrado signos de evidente enfado. No obstante, había arengado a los suyos y olvidado por 90 minutos la gran decepción de Tenerife. Poco que reprochar a una parroquia que se exigió estar y, por tanto, exigió recibir. Sin premio, una vez más. Y de ahí, la atronadora música de viento final.

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