VALÈNCIA. El Levante está perdiendo la batalla por alzar su propia cabeza. La derrota, más abultada que realmente estripitosa, en Huesca hace tres fechas ha acabado por desconectar definitivamente a un equipo que, si no vuelve a enchufarse a la corriente con velocidad, corre el riesgo de tener que adaptar la lista de objetivos para sacar el ascenso directo de la ecuación. Decía Javi Calleja en la previa del partido ante el Málaga que prefería estrenar la jornada para trasladar la presión a los oponentes en la cabeza de la tabla y, a la postre, lo que hizo fue regalar la motivación de entablar una distancia apetitosa respecto a las plazas de promoción. Granada y Alavés podrán adelantar al cuadro granota en la clasificación este mismo sábado; Las Palmas intentará ponerse a cinco y el Eibar, el lunes, poner un punto más lejos la primera posición. 

Sin embargo, más allá de las distancias todavía salvables, lo realmente preocupante es la caída del equipo desde la tarde de El Alcoraz. La primera derrota de la 'era Calleja' requería una operación especial para posibilitar una reacción que se sigue postergando peligrosamente. No se logró ante el Albacete y, para más inri, las lesiones, el adiós del mejor en plantilla y el paso adelante de los rivales a pesar de un récord que va camino de caer en agua de borrajas han dejado deprimido al equipo. El Levante no levanta cabeza. No la sienta. La zozobra es importante y las sensaciones así lo demuestran.