VALÈNCIA. Una de las primeras personas que conocí en el Valencia Basket -entonces Pamesa- fue Alfonso Castilla. Era poco más que un chaval y por eso la mayoría de los periodistas le llamábamos Alfonsito. "Por suerte ya no queda nadie que me llame así. Tío, que tengo mas de 40 años y soy padre", protesta. Y sí, tiene razón, hoy, a sus 43 años, después de completar su primer cuarto de siglo en el club, ha dejado de ser Alfonsito, el joven simpático y educado que acompañaba al equipo, y se ha convertido en toda una institución en el club y en la Liga ACB.
Alfonso es el más antiguo del Valencia Basket y el delegado de equipo más veterano de la ACB (además lleva 13 años en las categorías inferiores de la selección española tras renunciar a la oferta de ser el delegado de la absoluta). "Eres más viejo que el escudo", bromea siempre Pepe, el delegado del Real Madrid. Y a pesar de eso no ha perdido simpatía ni educación. "Aprendí de Martín Labarta -el delegado de campo que murió hace unas semanas-, de Jorge Mora -el 'doc', el médico del equipo a quien también se lo llevó un cáncer- y de Miki Vukovic -el Maestro, el entrenador del regreso del Pamesa a la ACB y del triunfo en la Copa del 98-. Son tres personas que han marcado mi vida, que admiro por cómo eran y que me gustaría parecerme a ellas".
Aunque su vida, en realidad, viene marcada por una coincidencia. Cuando su entrenador en el San Marcelino, Javi Vega, que también era utilero en el Pamesa, le preguntó si quería echarle una mano en los partidos. Como aquel adolescente era tan cumplidor, su colaboración se amplió también a los entrenamientos. Cuando el Pamesa descendió a la Liga EBA, el anterior delegado, José Miguel Taronger, decidió dejárselo. Castilla ya viajaba con el equipo -de hecho estuvo en Huesca el día del descenso- y se desvivía por tener contenta a la plantilla y al equipo técnico. Si Miki le hacía un encargo, iba corriendo, lo resolvía y volvía. Acababan de entrenar y él ya tenía el hielo y todo lo que necesitaban para la recuperación preparado. Así que Miki cogió un día y dijo: "Quiero que el delegado sea Alfonso".
Y Alfonso, entonces Alfonsito (con perdón), con apenas 17 años salía de clase y se iba corriendo al pabellón. Uno de los primeros días, Miki, tan amigo siempre de entablar tertulia, le puso una mano en el hombro y le soltó: "Si suspendes una asignatura, estás fuera. Si faltas a una clase, estás fuera". Y cada trimestre, obediente, Alfonso le llevaba las notas. "Tenía más miedo de enseñárselas a él que a mis padres. No volví a suspender, me hubiera quedado sin trabajo...".