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LA CANTINA | ANÁLISIS

Una aventura con 60 años

VALÈNCIA. De adolescente, Emilio Ferrando deseaba tanto una moto que no dudó en irse a la vendimia, a Francia, para volver con los bolsillos llenos de francos. A la vuelta se puso a estudiar el COU -el equivalente a segundo de Bachiller- en el instituto nocturno porque por el día se iba a la naranja. Y así fue como, con 17 años, logró reunir 80.000 pesetas para comprarse, de segunda mano, una moto mítica a finales de los 70, la Bultaco Pursang MK11.

Ferrando, hoy, tiene 60 años, seis motos en el garaje y un buggy puesto a punto para arrancarlo el próximo 3 de enero en Jeddah, una ciudad asomada al mar Rojo, y enfrentarse a una nueva edición del Dakar, que este año vuelve a Arabia Saudí.

Este piloto es de Canals y lo dice como si solo eso, ser del pueblo de Ricardo Tormo, ya justificara su pasión por la gasolina y el motor. Ahora parece que nunca hay suficiente con el deporte de aventura, pero recuerdo que, décadas atrás, no había nada más épico que el París-Dakar, y que la mejor forma de seguirlo era poner cada noche TV3, que emitía un programa especial. Luego vino la época de Vatanen y Peterhansel y, más recientemente, la globalización del terror que arruinó el sueño de Thierry Sabine de llevar a los pilotos desde París, una de las capitales de Occidente, hasta el lago Rosa, en el África negra.

Ferrando conectaba TV3 pero también compraba las revistas para leer, con retraso y de golpe, las siete crónicas de las etapas de esa semana. Y aquel joven que salía al monte con su Bultaco y, más tarde, con una Gas Gas de dos tiempos, se imaginaba atravesando el desierto. Pero la vida, muchas veces, nos tiene reservada una historia menos exótica, como tener que irse a València para estudiar una carrera y tener que dejar Canals y las motos. Y aquel espíritu libre se fue domesticando para acabar con 30 años dando paseos sobre una Husqvarna.

Pero nunca se rindió del todo y siguió dando tumbos sobre dos ruedas. Cuando llegaron sus hijos, Jorge y Sergio, intentó proyectar sus fantasías en sus cuerpos de niños. Primero compró una KTM de 50, luego una de 65, una Honda de 150... Iba adaptando las monturas a la edad que tenían. Hasta que el mayor acabó en Madrid, el pequeño en Londres, y las motos en la cochera.

Los dos, de 30 y 23 años, volverán a la casa paterna de Campo Olivar por Navidad. "Pero no entráis sin PCR", les advirtió su padre, quien no piensa recibir a nadie más antes del 26 de diciembre, el día que se irá, en un vuelo chárter fletado por ASO, la empresa organizadora del Dakar, a Arabia. Al llegar les harán una prueba, estarán 48 días encerrados y, si están sanos, ya no podrán salir del campamento.

Porque hace unos años, harto ya de pegarse trompazos con la moto, Emilio, que también era corredor y participaba en pruebas de trail, se compró un buggy y descubrió que al volante de ese vehículo daba igual ser un cincuentón. Ahí resurgió su vena competitiva, se apuntó al Rally Baja Aragón de 2017 y no ganó, pero recibió el mejor regalo de su vida: una invitación del Dakar. No llegó a tiempo de montar un equipo, pero, al menos, le admitieron en una especie de curso de tres días en Perú.

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