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Opinión Publicada

Políticos del visillo

La primera ola volvió a poner de moda la muy arraigada tradición española de delatar al prójimo. Con la tercera, han sido los políticos los que se han apuntado a señalar con el dedo antes que reconocer su inoperancia

| 13/02/2021 | 6 min, 38 seg

VALÈNCIA. La primera ola, con su prolongado confinamiento sin apenas excepciones, dio lugar a la revivificación de una de las tradiciones hispánicas más arraigadas: la delación, si es posible desde el anonimato, de aquellos que supuestamente se saltaban el confinamiento, por parte de lo que se dio en llamar la Gestapo del visillo. Desde que se implantó la Inquisición en España, denunciar y censurar la actuación del vecino, o de un desconocido, es uno de los deportes nacionales más practicados. La combinación entre espionaje y censura del comportamiento de los demás, generalmente desarrollada desde la seguridad del hogar, ha sido un instrumento de control social de extraordinaria eficacia, y no porque tenga por qué conducir, necesariamente, a denunciar al supuesto infractor ante la autoridad competente. No, a veces era suficiente con el murmullo desaprobatorio, o directamente la denuncia indignada a gritos; el infractor, ante el clamor social, solía abandonar avergonzado el lugar del crimen (sin que importe mucho a los efectos la naturaleza de la infracción, o que se tratara de una infracción real o imaginada por sus denunciantes).

Envalentonados, los miembros de la Gestapo del visillo denunciaban (no ante la policía, sino ante los propios vecinos que participaban de tan noble causa, o ante los vídeos que ellos mismos grababan para distribuirlos en las redes sociales) casi cualquier cosa: un chaval tomándose una cerveza en un banco, una madre paseando con su hija, dos personas conversando en una plaza... ¡Todo punible por parte de nuestros amigos de la Gestapo! El estricto confinamiento y su duración, sin duda, contribuyeron a incrementar su celo punitivo.

Cuando comenzó la desescalada, como es normal, la gente salió a la calle; las primeras salidas, como recordarán, tuvieron como protagonistas a los niños, acompañados por un solo adulto (en teoría). El maravilloso proyecto inicial del Gobierno español (que los niños acompañasen a su progenitor para ir al supermercado, en lo que vino a ser el punto culminante de un Gobierno pródigo en despropósitos en su gestión de la pandemia) fue abandonado por uno más razonable: pasear y jugar por la calle, especialmente en los lugares de esparcimiento.

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La Gestapo del visillo estaba esperándoles

No en vano, llevaban meses de entrenamiento. ¿Qué es este atrevimiento de hacer lo que, un mes y medio después, nuestras autoridades por fin nos dejan hacer? ¿Cómo salís para que a los niños les dé un poco el aire? ¡Locos! ¡Irresponsables!  Pero lo interesante del caso fue que, en primera línea de la Gestapo del visillo, se incorporaron unos protagonistas insospechados: los políticos encargados de coordinar el dispositivo, es decir, que la gente saliera a pasear. Hubo declaraciones y pronunciamientos muy alterados, motivados por imágenes donde se aglomeraba mucha gente, o alguna gente, o sencillamente vídeos en los que se veía a gente pasárselo bien. Irresponsablemente. 

Sin embargo, estos mismos políticos se habían destacado, justo antes del inicio del confinamiento, por luchar con todas sus fuerzas por mantener activas festividades como las Fallas, pasando de la propagación del virus. Podemos decir, en su descargo, que entonces no sabían cómo funcionaba dicho virus, ni en marzo ni en abril. Y por eso, quizás, lo que les parecía estupendo en marzo pasó a ser terrorífico en abril. Aunque también daba cierta sensación de que trataban de hacer méritos. De que, dado que la clase política valenciana (y española) no puede decirse que se luciera en su gestión previa al cierre total, con el inicio de la desescalada no querían quedarse atrás. Y, si hay que abrazarse a la Gestapo del visillo para parecer duros contra el crimen de pasear, pues nos abrazamos.

Entonces, como digo, los políticos, la gente, la Gestapo, tenían excusa: no sabían a ciencia cierta cómo funcionaba el virus, cómo se propagaba, ni qué era más eficaz para detenerlo. Sin embargo, ahora, casi un año después, en plena tercera ola, exactamente, ¿cuál es la excusa? Porque en la tercera ola, en la que la Comunitat Valenciana está batiendo todos los récords de contagios (y, por desgracia, también de hospitalizados y fallecidos), no solo en España sino en Europa, no puede decirse que a nuestra clase política esto le pillara por sorpresa. Ya teníamos cifras preocupantes antes de las Navidades, pero no se hizo apenas nada, porque había que salvar la Navidad. Y lo que es peor: tampoco se hizo mucho inmediatamente después de la Navidad, porque había que salvar... ¿qué, exactamente? ¿La hostelería?

No aprenden. Llevamos casi un año con esto, pero nuestros dirigentes, notoriamente la Generalitat, se comportaron en la tercera ola más o menos como en la primera. No entienden que es mucho mejor actuar con 1.000 casos que con 10.000 (en realidad, es mucho mejor hacerlo con cien casos, pero tampoco voy a pedir milagros), porque los efectos sobre la economía son, a la larga, mucho menores (y no digamos sobre la salud de la gente). Pero, por razones que no tienen nada que ver con «salvar la economía» (porque la van a dejar hundida, y bien hundida), se han esperado a tener 10.000 casos diarios para hacer algo.

«Mejor echar la culpa a los ciudadanos que reconocer que este fiasco es responsabilidad de quienes pudieron tomar medidas a tiempo y decidieron no hacerlo»

Eso sí, junto con las medidas, también como sucedió en la primera ola, nuestros políticos han vuelto también a reverdecer viejos laureles de gloria, dándonos, de nuevo, todo tipo de lecciones sobre lo mal que lo estamos haciendo. Mejor echar la culpa a los ciudadanos que reconocer que este fiasco, este gigantesco fracaso, es responsabilidad, ante todo y sobre todo, de quienes pudieron tomar medidas a tiempo y decidieron no hacerlo.

Pero como estamos ya en pleno frenesí remember, junto con las medidas duras (ahora sí: cierre de hostelería, limitación del comercio, prohibición de reuniones con no convivientes), llegan los reproches. Y los reproches se centran, una vez más, en escandalizarse por terribles fotos de gente paseando con mascarilla. Da igual que a estas alturas —y a diferencia de lo que sucedía en abril— sepamos a ciencia cierta que el virus se propaga sobre todo en interiores, sin mascarilla, y con mala ventilación. Y que los contagios en exteriores, especialmente en espacios abiertos, como un jardín o una playa, son altamente improbables. Y si encima los ciudadanos van con mascarilla, como sucede en la inmensa mayoría de los casos, yo diría que hasta imposibles.

Parece que a nuestros políticos del visillo les preocupan las actividades que puedan generar fotos de aglomeraciones, aunque sean sustancialmente inocuas, y no tanto actividades que generen contagios, como por ejemplo el trabajo presencial cuando pudiera sustituirse por teletrabajo, el hacinamiento en el transporte público o la hostelería en interiores, donde inevitablemente los comensales han de quitarse la mascarilla para comer. Todas ellas, actividades que los políticos del visillo no han censurado, pues no en vano son ellos los que han propiciado que siguieran —y algunas sigan— igual, contra toda evidencia epidemiológica. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 76 (febrero 2021)de la revista Plaza

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