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Por favor, perdón y gracias  / OPINIÓN

Por favor, perdón y gracias

24/09/2020 - 

Hay días, a las puertas del trabajo, que una no puede dejar de hacerse la misma pregunta: ¿hoy toca política útil o bajarse al barro? 

En la Comunidad Valenciana, y me atrevo a decir que en toda la España autonómica, las personas que nos dedicamos a la política vemos nuestro día a día alterado por una tendencia político-mediática que busca trasladar la escenografía y el guion propio de esa burbuja llamada Madrid; una burbuja de efectos huracanados. 

En el ecosistema político (en el que también hay hueco para el mundo de la empresa) y periodístico valenciano muchas veces se recoge este libreto madrileño especializado en la política espectáculo y se reparte con demasiada ligereza, creando o imponiendo personajes estereotipados, sin matices (huelga decir que muchas veces se cumple la máxima de a mayor estereotipo, mayor el eco mediático). Unas veces hablan de una plaga de okupas y otras de Venezuelas o de los tan socorridos independentistas, así como de  un largo etcétera de argumentos fatalistas y apocalípticos. 

Hace demasiado tiempo que vengo dándole vueltas al asunto: aumenta el ruido mientras cae la credibilidad de la política como herramienta de solución de los problemas de la ciudadanía, también entre personas que ocupamos escaños. Y como si fuese una ruptura sentimental, me pregunto si soy yo o es la política. Hay días que una se cuestiona si esto es normal y siempre fue así o si es que, a lo largo de los años, una va perdiendo chispa e ilusión. Me gustaría echarle la culpa a la pandemia, decir que nos ha llevado al límite con su incertidumbre y su complejidad, pero sería engañarme a mí misma. Esto viene de antes y no lo había querido ver. 

La mayoría de las sesiones desde que formo parte de la diputación de Les Corts dejan siempre ecos de la peor pulsión individualista que pueda conocerse, hipertrofiada en estos meses de pandemia. Esa pulsión es fácil encontrarla también en la calle, donde la política de corto alcance busca incidir en ese individualismo segregando la bilis más ácida. Llevamos meses faltándonos al respeto en sede parlamentaria, generando tanto ruido que casi ni nos escuchamos al hablar. Asistimos a actuaciones, por histriónicas, dignas de las series televisivas del peor presupuesto, sostenidas muchas veces sobre ese mantra que usa la derecha en muchas ocasiones para decir que ellos no insultan, solo definen y califican al rival (“mamarrachos”, “pobreza intelectual”, “lastres”, “virus”). 

Y resulta agotador. Harta escuchar cómo alguien desarrolla un discurso excluyente, ultranacionalista, y que después pida libertad para sus ideas desde un atril parlamentario. Cansa escuchar a políticos que comienzan diciendo que hay que reforzar la sanidad y la educación y acaban la misma frase negando la necesidad de una fiscalidad en la que el que más tiene más pague. Son ejemplos de nuestro desaguisado parlamentario diario, en el que prima la exhibición impúdica –incluso paródica- de una idea  antes que la búsqueda del bien común y un consenso real. Este show político, obviamente, requiere de un colaborador necesario, unos medios cuya credibilidad a juzgar por los resultados de distintos estudios –de aquí, y también del extranjero- está tan por los suelos como la credibilidad política, que se despeña en los sondeos del CIS. 

Evitemos el ruido, solo crea desafecto hacia el sistema democrático. Confrontemos ideas no como si fuera la última vez que fuéramos a hacerlo, con humildad y el bien común de foco. Expresémoslas como si siempre hubiera una puerta abierta para el entendimiento aunque este no se dé al final. Ahorrémonos la acritud y las palabras propias de crónicas deportivas o bélicas. Busquemos la persuasión del otro, no su sometimiento o ninguneo. Seamos un poquito más aburridos, si quieren. Por la parte que me toca, yo me comprometo a hacerlo. Y usemos más esas palabras mágicas con las que yo he querido comenzar esta colaboración con Valencia Plaza: por favor, perdón y gracias.  

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