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¿Por qué a España no le interesa la caída del Valencia?

30/03/2023 - 

VALÈNCIA. ¿Cuántas portadas se dedicarían al Valencia si estuviéramos en 1999? A finales de ese año el Atlético de Madrid fue intervenido por el administrador judicial Rubí Blanc tras un proceso de embargo en el que escribió su informe homónimo: "existen evidencias e indicios racionales de que la situación de descapitalización en que se encuentra la entidad es debida a las prácticas irregulares de quienes han gestionado el club con anterioridad al 21 de diciembre de 1999".

Evidentemente el serial ocupó un enorme espacio informativo en la prensa española. Se trataba de una grieta en el poder de uno de los grandes clubes de la Liga, con la posible caída de uno de sus grandes terratenientes: Gil y Gil.

Han pasado un par de décadas. El Valencia vive una travesía que, con las diferencias evidentes al propio funcionamiento del mundo respecto a entonces, pone en la picota la forma de gestionar un club, el cual coquetea con el abismo: nadie sabe a ciencia cierta qué podrá ocurrir con el Valencia en dos meses; disimulamos entre tanto, por miedo. 

Entre esas diferencias llama la atención el escaso eco de la masa mediática española con el 'caso Valencia'. Tan acostumbrados como hemos estado a creer que el VCF era 'demasiado grande como para caer', asistimos a la desidia del país: a nadie parece preocuparle gran cosa qué pueda ocurrir con el Valencia.

Sucede, claro, porque puede suceder. Porque el marco del fútbol español estranguló a propósito las alternativas para concentrar todas sus fuerzas en dos grandes autovías: Messi y Cristiano, Cristiano y Messi, como mamuts del Madrid y el Barça más transatlánticos. La emancipación del entorno. Una Liga sin techo. Todo lo demás quedó arrinconado porque robaba atención, no formaba parte del espectáculo mayor. En consecuencia, las minucias cada vez fueron generando menos impacto. Sirvió de excusa: 'no os sacamos porque no dais audiencia'.

Ni tan siquiera los reguladores parecen tomarse en serio una situación, la del Valencia, que lejos de ser preocupante ha entrado en la fase del colapso. Insistamos: nadie sabe en dos meses qué será de este club si las cosas no se desenvuelven lo suficientemente bien. La Ley del Deporte de 1990 -que desembocó en la creación de las SAD- era la respuesta a una preocupación general por la deuda creciente de las entidades (un global de 172 millones de euros). Ahora, en mitad de un estado de financiarización y palancas constantes, la única inquietud pasa, bajo el sello de Javier Gómez, porque los pacientes se controlen la fiebre, sin mostrar mayor temor a que un bólido les pase por encima.

El Valencia -y como tú, tantos- se ha transformado en un nicho. Una audiencia minoritaria. Con el agravante de que su inmunodeficiencia apenas presenta novedades, por tanto carece de gancho. Siempre, en estos años de plomo, pasa un poco lo mismo. Quizá, cuando los mismos fantasmas acucien a clubes más cercanos -por proximidad o sentimiento-, quienes hoy miran a otro lado recordarán su ausencia.

El club atraviesa sus días peores entre la soledad que le dedica el país. Una soledad que bordea la complicidad. Y no precisamente hacia el Valencia.   

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