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Publicar la leyenda  

25/12/2020 - 

VALÈNCIA. En el final de 'El hombre que mató a Liberty Valance', Ransom Stoddard, el personaje que interpreta James Stewart, termina de contarle a un periodista la historia de la verdadera muerte del forajido y quién fue el autor del disparo que acabó con su vida, con lo que desmonta el mito que le persigue y que afirma que él, un hombre de leyes que jamás había empuñado una pistola, fue el asesino del maleante. Después de escuchar su explicación, el periodista, impasible, le contesta: “Esto es el Oeste, señor, y aquí, cuando los hechos se convierten en leyenda, se publica la leyenda”.

La leyenda, la interpretación que hace la historia de la realidad, magnificándola, deformándola, sustituye a esta en el imaginario colectivo porque la memoria es selectiva y limpia de impurezas los hechos. La historia del Valencia está forjada sobre leyendas que irán perdiendo su conexión con la realidad a medida que pasen los años.

Pocos recuerdan que, por ejemplo, el Valencia no bajó a Segunda División la temporada siguiente a aquella que culminó con el milagro del día del Trabajo, cuando aquel equipo maltrecho que entrenaba Koldo Aguirre, bajo las bombas de las urgencias económicas, se salvó del descenso en el último partido y dejó al Real Madrid sin liga. Lo hizo tres temporadas más tarde, aunque la memoria nos haya borrado aquellas dos discretas ligas, en las que el Valencia vagó por el medio de la tabla, y haya convertido en consecutivos los recuerdos de la alegría por la permanencia y la tristeza por el descenso. Tampoco recordamos ya la temporada 2002-03, la segunda de Benítez en el banquillo del Valencia, la del “nos quedan dos meses de aguantarnos”, porque la leyenda eufórica une las ligas de los años anterior y posterior sin solución de continuidad.

De la misma manera, alrededor del Valencia de Kempes, el de la Transición y la camiseta de la senyera, se ha construido una leyenda que dista bastante de lo que fue en realidad aquel equipo diseñado para hacer historia en el fútbol español. Aquel Valencia de la segunda mitad de los 70, como todos los equipos hechos a base de talonario y con ínfulas de grandeza, se hizo con los mejores futbolistas que militaban en los equipos del fútbol español que no eran poderosos económicamente y los juntó sin un plan preestablecido. Se fichó a un entrenador cuya filosofía futbolística no tenía nada que ver con el perfil de la plantilla y, para colmo, a poco de iniciarse el campeonato, los dirigentes del club cayeron en la cuenta de que se les había olvidado algo. Tenían una delantera extraordinaria (Rep, Diarte y Kempes), una defensa rocosa (Carrete, Cerveró, Jesús Martínez y Tirapu) y un centro del campo trabajador y sacrificado, pero habían olvidado fichar a un director de juego, el futbolista que surtiera de balones a los fenómenos que jugaban en ataque. Recordaron que habían cedido a Miguel Ángel Adorno al Alavés dos años antes y rescataron al argentino para la causa. Pero aquel equipo, retocado año tras año en busca de la fórmula que diera títulos, solo ganó la copa y sus sufijos superlativos, un botín muy inferior al que los gastos y las expectativas generadas apuntaban.

No sé cómo se publicará la leyenda del Valencia actual, ese equipo que, en año y medio, ha pasado de competir con el Barcelona a hacerlo con el Huesca y el Osasuna por culpa de la nefasta gestión económica y la inexistente gestión deportiva de sus dirigentes. Probablemente sea una página en blanco en la historia, un vacío repentino tras el brillante apunte de la copa de Sevilla, un periodo que olvidaremos de la misma manera que, si el Valencia resurge, no nos acordaremos de los dictadorzuelos que gobernaron el club en la etapa más nefasta de su historia.


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