El resto de Vinalesa vence a Pere Roc (60-35) e iguala a Genovés, Sarasol y Soro III con seis títulos de campeón individual de ‘escala i corda’
VALÈNCIA. Puchol II es como esos árboles robustos que ven pasar las generaciones en las plazas de los pueblos. Nada les afecta. Se suceden los días, las tormentas, las noches de calor bochornoso, los niños que juegan colgados de sus ramas, o la declaración de amor, a golpe de navaja, de una pareja de enamorados, y el árbol, un olmo o lo que sea, siempre está ahí, firme e imperturbable. Puchol II ve pasar las finales y de todas regresa a Vinalesa con el trofeo en la bolsa. A su lado, los suyos. Al frente de todos, con los ojos llorosos, Bene Vijuescas, su mentor; detrás, más sobrio pero con el pecho inflado de felicidad, su padre, Javier Puchol.
Pere Roc II volvió a intentarlo. El resto de Benidorm alcanzó la final -ha perdido las tres que ha disputado- después de completar un torneo magnífico en el que se permitió el lujo de derrotar, en una partida de la liguilla de cuartos celebrada en Vila-real, a Puchol II. Pero en la final, en un trinquete mucho más amplio como es Pelayo, no tuvo opción alguna ante un rival imperturbable, muy sereno durante la hora escasa que duró una partida en la que nunca perdió el control.
Puchol II, que, con 31 años, ya lleva seis títulos individuales, no cedió un juego al dau. Ahí afianzó su fortaleza y mandó ese mensaje mudo a su oponente: soy el campeón y no pienso perdonar al dau. Por eso, en cuanto rompió el primer juego al resto y se puso 30-20, en Pelayo, lleno de aficionados sudorosos que intentaban aliviarse con abanicos blancos de publicidad, flotó en el ambiente la sensación de que el título estaba sentenciado. Pere Roc no traicionó jamás a su patrón, a su valiente apuesta de avanzarse hasta el 8 para jugar al aire, de volea, y presionar así, sin descanso, a su contrincante. Pero esa ya se la sabe Puchol II, más precavido y confortable con el rebote a dos o tres pasos. Por eso arranca una pequeña tira de esparadrapo y la pega junto al suelo, a la altura del ‘nou i mig’, para saber de un vistazo, cuando viene la pelota, cuánto le queda a su espalda.
Lo tenía todo medido, todo controlado, y encima ya está familiarizado con los nervios de una final. Son muchos años como número uno y gestiona las emociones mucho mejor que los aspirantes. Y cada vez que llega al resto, se sienta en la escalera y deja que su equipo le ponga una bolsa de hielo en el cuello, que le den un trago de agua y otro de una bebida energética, y después le pega un sorbo a un gel para recuperar las fuerzas antes de reanudar el juego. Al lado, menos sofisticado, Rodri se sienta al lado de Salva, su asesor, y un hombre le enchufa un pequeño ventilador a pilas con el que refrescarle un poco el rostro. Pau Monreal, el preparador físico de ‘Pucholet’, sabe que el tiempo es oro, y en cuanto acaba la final se va a casa a descansar porque al día siguiente tiene que coger el coche e irse a Tarragona porque otro pupilo suyo, un chico de Moncada llamado Pablo Drees, aspira a proclamarse campeón de España sub23 de 400 metros vallas.
De lo técnico se encarga Vicente Alcina, el viejo zorro de los trinquetes, que ya hizo campeón a Grau y que está ayudando a Puchol II a encumbrarse como figura de la ‘escala i corda’. “He intentado aprender de los errores de la partida que perdí. Ese día Rodri agarró muchas a volea, así que hoy le he variado el juego para que no estuviera cómodo al aire. Y al resto este trinquete me permite desplegar más toda mi fuerza”, explica Puchol II después de bailar ‘Ochentera’ con sus amigos y las manos llenas de trofeos después de una ceremonia llena de tráfico en la que se cruzaron los que salen de la Generalitat, como Ximo Puig, y los que entran en el Ayuntamiento, como Santi Ballester o Rocío Gil.
Y sonríe divertido cuando cuenta que por la mañana, a diferencia del día de la final de la Lliga CaixaBank, cuando se pegó un atracón en el almuerzo con un bocadillo de carne de caballo, ha sido más sensato y sólo ha almorzado medio “bocadillito” de jamón y queso con tomate en el bar Azul, de Benagéber, donde estuvieron sus amigos distrayéndole en las tensas horas previas a la gran final.
Una final algo plácida que sentenció cuando rompió el segundo juego al resto y se colocó con un 50-30 que ya era insalvable para un Pere Roc al que la vaqueta no le sonrió en toda la tarde. Puchol no necesitó mucho más. Mandó siete pelotas a la galería y las siete acabaron en ‘quinze’ para él -su rival sólo dos-. Sólo quedaba rematar el último juego, con 55-35 en el marcador, y ese era el momento para poner en práctica lo que ha aprendido durante todos estos años como número uno: “Yo tengo trabajado cómo pensar en el último juego, quinze a quinze. Directamente no pienso en el marcador; pienso como si la partida empezara de cero, e intento evadirme de todo. En ese momento de máxima tensión me dedico a recordar los quinzes que me han ido bien para no hacer nada diferente a lo que me ha ido bien durante toda la partida”.
Puchol ya ha igualado a Genovés, Sarasol y Soro III con seis títulos del mano a mano. Él insiste en que no se obsesiona con los números, y que pensar en los once de Álvaro sería “una locura". Su planteamiento, dice, es mucho más mundano: “Gané la Lliga con partidas muy duras y a las dos o tres semanas ya estaba jugando el mano a mano. Eso es un ritmo muy alto y lleva mucha presión. Ahora me gustaría ganar la Copa porque sería brutal llevarme los tres grandes títulos en el mismo año, pero disfruto tanto una final del mano a mano como una partida de un miércoles cualquiera en Guadassuar, cuando después me voy a cenar con Bene y compañía. Para mí la pilota es eso, disfrutar cada día. No puedes pensar solamente en ganar porque llegará un día que no gane y, al menos, tendré que habérmelo pasado bien”.