VALÈNCIA. Cada día que pase y nos acerque al próximo jueves iremos, con total seguridad, elevando el nivel de optimismo. Lo que tras la noche del jueves era decepción e incluso rabia lo vamos metabolizando y procesando en nuestro transformador emocional hasta convertirlo en un espíritu indómito de remontada que quedará absolutamente patente en Mestalla cuando arranque el choque de vuelta ante el Arsenal. Pasará así porque así tiene que pasar y porque el amor a los colores conlleva ese tipo de comportamientos deliciosamente esquizofrénicos. Y es que, de poco sirve ahora lamerse las heridas y disparar a todo lo que se mueva siendo el entrenador, como suele ser habitual, el blanco de iras y reproches.
He sido crítico con Marcelino en muchos pasajes de la temporada y, seguramente, lo que planteó ante el Arsenal no fue sino el resultado de su propio error al exponer a Coquelín a una tarjeta por castigar a Carlos Soler sacándolo del terreno de juego ante el Villarreal cuando NO estaba lesionado y, con total seguridad, el técnico se habrá arrepentido una y mil veces por aquella decisión tan precipitada como innecesaria, toda vez que la eliminatoria estaba totalmente decantada a favor del Valencia pero... llegados a este punto, sí entiendo la idea que quiso implantar en Londres ante la carencia de músculo en el centro del campo y la potencia ofensiva del Arsenal. Lo que sucede es que no le salió bien y no tengo del todo claro si no le salió por errores puntuales de determinados futbolistas en momentos concretos o si fue porque ese “plan B” no estaba suficientemente engrasado y trabajado en la Ciudad Deportiva.
Y la verdad es que el técnico asturiano cada vez lo tiene más complicado para contentar a la ‘parroquia’ porque si no modifica el sistema le acusamos por su inmobilismo y cabezonería y, sin embargo, una vez que se decide a hacerlo, por las circunstancias especiales que envolvía la convocatoria, lo acusamos de hacer ‘experimentos’ inoportunos y, además, su reticencia a la autocrítica lo termina condenando. Repito que, en este caso, creo que la idea era acertada y no lo fue la ejecución en el campo por las razones que fuere y también creo que este Valencia que aspira a estar en el Olimpo del fútbol europeo no debería mostrarse tan perdido ante un cambio de dibujo táctico pero, lamentablemente, eso fue lo que vimos el jueves en el Emirates Stadium. Porque, por momentos, dio la sensación de que el equipo estaba totalmente desubicado y que no todos los jugadores conocían cuál era exactamente su misión. Lo cual, añadido a la pertinaz sequía goleadora que asola a nuestros delanteros, hizo de la del jueves una misión prácticamente imposible.
El aficionado estaba totalmente entusiasmado por la mejora mostrada por el equipo desde la clasificación para la Final de Copa, sin embargo flota en el ambiente la sensación de que ha vuelto a caer en la mediocridad de la primera vuelta y lo acontecido ante el Arsenal tendría mejor aroma de no venir de una derrota ante el Eibar en Mestalla y de otro batacazo reciente ante el Rayo. Vuelve a sonar a cantinela alucinógena la versión ofrecida por el técnico en la Sala de Prensa. Escuchar, tras haber visto lo que todos vimos en Londres, justificaciones como: "Nos hemos adaptado perfectamente al sistema y hemos concedido muy poco al Arsenal...” o “jugamos a un gran nivel” alejan de tal manera al entrenador de la realidad que resulta incluso doloroso. Pero, como cada día tiene su afán, cada jueves debe tener el suyo: Mestalla debe ser ante el Arsenal el escenario idóneo para albergar una explosión de fútbol del Valencia. Ha llegado el momento en el que ya no hay nada que guardar y el dosificador debe quedar relegado en beneficio de la épica. Toca a rebato y, en cinco días , no queda más remedio que venirse con tres puntos bajo el brazo de El Alcoraz y arreglar el desaguisado del Emirates en Mestalla. Puerta grande o... enfermería.