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peleando a la contra / OPINIÓN

Putin, Quico y la tribuna de Orriols

4/06/2020 - 

VALÈNCIA. Valoré, escribí y pienso aún que hubiese sido preferible aplazar la reforma del Ciutat de València. Por dos motivos: la incertidumbre sobre el futuro económico del fútbol y la que se cierne sobre la arquitectura y los protocolos de los estadios, si hay que convivir con el Covid-19 y otros virus. De hecho el club llegó a anunciar, unos días después de aquella columna, que aplazaba las obras pero sólo fue un conato.

Tal vez se valoraran los riesgos y se decidió, con todo sobre la mesa, seguir adelante. Quizá el club no quiso dejar más tiempo en el aire el que es, junto a la ciudad deportiva de Natzaret, el proyecto estrella de Quico Catalán. El nuevo nou Estadi tiene un simbolismo poderosísimo: cuando el presidente se puso el traje de Señor Lobo y tomó las riendas de un club en la alcantarilla, su gestión más decisiva fue conseguir el documento de recalificación de Orriols que permitía avalar toda la hoja de ruta de reconstrucción, comenzando por la liquidación de la deuda (menos la quita) en el marco de la ley concursal. Más de una década después el Llevant UD no sólo no ha necesitado mudarse y abordar una compleja operación inmobiliaria para pagar sus deudas, sino que se permite remozar su estadio hasta reconvertirlo en una bombonera irreconocible. Catalán, si me permiten la broma, es nuestro Putin particular. Sabe que esta guinda a su gestión, con Natzaret y un Llevant de Primera, le garantizan un amplísimo crédito entre la parroquia levantina y sabe que eso, en un ambiente de opacidad democrática como el actual, es esencial para poder perpetuarse en el cargo tanto tiempo como quiera, lo cual probablemente sería una bendición, aunque esa es harina de otro costal.

El desmantelamiento de la vetusta cubierta de Orriols, construida, como el resto del estadio, a las órdenes del arquitecto Juan José Estellés es casi una catarsis para el levantinismo, en su fatigosa transición desde el yunque de la adversidad hasta la ilusionante entidad que es hoy. Pese a su frágil aspecto, metáfora del que tenía el club en 1969, la techumbre ha cumplido con creces su cometido. El fútbol trasladaba a la grada la posición social de la calle. Así fue durante décadas: la tribuna, siempre de espaldas a la puesta de sol, era para los pudientes. Sin mojarse, sin sufrir los rigores del sol y, durante años, sentados sobre sillas, aunque ortopédicas, y no duro cemento. Cuanto más cerca del palco o de los banquillos, mejor. La grada central y los fondos, sin separación durante años en el Ciutat, eran para el resto. A veces la directiva se apiadaba, durante los partidos de chaparrón y tente tieso, y permitía en dadivosa concesión a los que resistían en el resto del estadio, cobijados entre paraguas y chubasqueros, acceder a cubierto, por un pasadizo húmedo y tenebroso en los bajos. Si además era de noche, la épica estaba servida. Faltaba el lodazal, a la salida, hasta llegar al coche o al trenet.

Las gradas se desclasaron y Orriols se fue llenando hasta ser inviable el trasvase a aquella tribuna, su cubierta y lo que representó durante 51 años, que ahora se desvanece. El nuevo tejado de membrana iguala al levantinismo y (aunque a mí, romántico hasta decir basta, no me guste) es un ejercicio de respeto por la hinchada granota. Durante años (hasta la reforma ejecutada por la visita copera del Barça en 2004) las directivas no invirtieron ni un céntimo en acondicionar las instalaciones, que llegaron a presentar un estado patibulario, incapaz de superar la más generosa inspección sanitaria. Estoy bastante seguro de que Quico no va a posar con el torso desnudo y cabalgando a través de un río pero en honor a la verdad nadie se preocupó como él por dignificar el hogar de todo el levantinismo.

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