Hoy es 4 de octubre
VALÈNCIA. Completar una vertiginosa desescalada desde ocupar posiciones Champions y levantar títulos hasta rondar posiciones de descenso en menos de dos años no está al alcance de cualquiera. Los actuales dirigentes del Valencia CF se encuentran entre esa élite. Un logro al que han contribuido una serie de decisiones catastróficas conocidas por todos, pero tras el que subyace un mal endémico mucho más letal para la institución que cualquier error puntual (o interminable concatenación de ellos) de sus jerarcas: Meriton es un repelente para el talento.
El diccionario nos dice que “talento” es “una especial capacidad intelectual o aptitud que una persona tiene para aprender las cosas con facilidad o para desarrollar con mucha habilidad una actividad”. Una definición a la que los expertos organizacionales suelen añadir la coletilla: “de forma sostenida en el tiempo”. O sea, que las personas con talento no solo destacan por hacer muy bien lo que hacen, sino que lo hacen repetidamente. Sentadas esas bases, en cualquier grupo humano de trabajo, ya se trate de una fábrica de conservas, el rodaje de una película, un periódico o un club de fútbol, la excelencia solo se consigue de una manera: poniendo a trabajar juntos a la mayor cantidad posible de talentos complementarios en torno a un objetivo común.
El Valencia de Marcelino tenía algo de ese talento. En la víspera de la final de Copa de 2019, la providencia me pilló en frente del televisor mientras Dani Parejo y Jaume Domenech comparecían en una larga rueda de prensa previa al partido. Fue escuchando al entonces capitán cuando pensé: “pues igual este año sí que tenemos una oportunidad de ganarle al Barcelona”. Y es que el aplomo y serenidad con la que el de Coslada explicaba que no tenían que pensar en lo que sucedería si daban la campanada, sino limitarse a estar muy concentrados en todos y cada uno de los lances del partido, me hizo pensar: “esta gente (¡mi gente!) sabe lo que se trae entre manos”.
Ese sentido de propósito, de foco y de fuerzas alineadas alrededor de una meta compartida que trascendían las palabras del actual jugador del Villarreal es una energía muy poderosa para un colectivo. Desgraciadamente, de aquel grupo al actual Valencia media una galaxia. Una distancia sideral que no se mide en parsecs ni años luz, sino en talento.
Mucho de que emana de la dupla Lim y Murthy rema en contra de las estrategias más elementales de la gestión de personas. Empezando por el desinterés que muestra el propietario por el proyecto. Ningún grupo llega muy lejos si la persona que lo lidera no se sitúa al frente del mismo para abanderarlo. La desidia del jefe sería, en todo caso, tolerable si no fuera, además, dañina. Si se limitara, como hizo durante los años más exitosos de su periplo, a dejar a los profesionales hacer su trabajo. Pero no, el Perro del Hortelano en su versión asiática se ha dedicado a descabezar desde la distancia la estructura deportiva del club, despidiendo a los principales artífices de aquellos triunfos. Parejo, Marcelino o Alemany ya no están, y tampoco muchos otros, purgados por razones que poco tiene que ver con su desempeño profesional. Un mensaje más que desalentador como factor de atracción de talento
La ausencia de un proyecto y una idea coherente supone otro problema (la supuesta apuesta por los jóvenes mientras se malvende a Ferrán). El talento atrae al talento, pero si lo que se transmite es una política de deshacerse de los mejores jugadores a la primera oportunidad, ni los que podrían venir a remplazarlos encuentran motivo para hacerlo ni los que están aliciente para quedarse. Al contrario, la falta de ambición, de un mensaje ganador e ilusionante, provoca que cunda la sensación de proyecto agotado y en liquidación. Y nadie quiere participar voluntariamente en un naufragio.
El desprecio hacia la historia de la institución, a sus referentes o a los stakeholders (la afición, las peñas, la Generalitat…) terminan de trazar la tormenta perfecta del desencanto. Sumémosle la política de castigo a la disidencia, el ninguneo al técnico con los fichajes o la ya célebre descripción del perfil ideal de entrenador funcionario y ya tenemos la explicación a por qué el Valencia C.F ha dilapidado su marca de empleador. Y a cómo Meriton se está asegurando de que nadie medianamente competente quiera venir a jugar, entrenar o vender palomitas aquí el año que viene.