Fue, junto al Pipo, uno de los que llegado el momento gritó basta, reconduciendo una situación que nos dirigía al descenso.
VALENCIA. Fue un titular sorprendente, "Marchena ficha por un equipo de la India". La última noticia que tenía de él era que estaba entrenando con el San Roque de Lepe, vistiendo camisetas patrocinadas por Supermercados El Jamón, rodeado de chicos que respondían al nombre de el Samu o el Musta.
Sabía que abandonó el Deportivo tras anotar el gol que les devolvía a primera, diciendo que "ahora mismo estoy en el paro", y que nunca se despidió del la gente allá donde estuvo. Marchena siempre se fue en silencio, aunque diciendo cosas. "Espero que mi marcha sirva para poner un ladrillo en el nuevo estadio", dijo aquí cuando sufrió, junto a Baraja, una purga política a manos de Llorente.
Fue, junto al Pipo, uno de los que llegado el momento gritó basta, reconduciendo una situación que nos dirigía al descenso. Siempre tuvo una ascendencia paternal sobre sus compañeros, ya se la granjeó en Nigeria, con la campeona del mundo sub-21, donde forjó el rol que ocupaba en la absoluta de las Eurocopas y Mundiales. El Padre Marchena, como le han llamado siempre en los vestuarios, construyó entre mosquitos una relación con Xavi "que va más allá de la amistad" confiesa Carlos, Carlitos, Marchena.
"Si alguien piensa que es por hacer turismo, se equivoca. Es la oportunidad de seguir compitiendo: yo no me voy a jugar por jugar". Dijo en Público, donde anunció su huida. "Eso es que usted no conoce lo que se maneja en la Liga india. No, por dinero no es". Le contestó al periodista cuando éste le preguntó que se podía ir por eso o por la guita.
Es honesto Marchena en esa respuesta, siempre huyó de los lujos. Usa un viejo móvil al que no le cambió el politono; se relaja pintando y tiene la lectura como inquietud. No sabe qué es una PS4 (ni 1). Fue un chaval consecuente con sus orígenes. Los cuales siempre le expulsaron de todos lados.
En Sevilla le tuvieron que encerrar en una habitación para hacerle llorar y que aceptara el traspaso al Benfica y salvar así al club hispalense de la liquidación. En el Valencia le echaron por la fuerza porque era competencia y una voz molesta para el acomodado protegido del mandamás.
De vivir en un entorno anglosajón, sus números y éxitos con Selección y club le alzarían en leyenda. Aquí, siempre pasó desapercibido, condenado a ser una de esas figuras que se pierden en el tiempo y sólo unos pocos las recuerdan pasadas las décadas.
Pero su caso nos deja otra lectura mucho más triste. Es el último héroe del doblete en activo que nos queda - más allá de Sissoko y David Navarro - e irán a aplaudirle en su último encuentro una amalgama de hindúes que desconocen quién es Carlos Marchena.
Es triste porque es un rasgo común en las defunciones de la última gran generación que vistió la camisola valencianista. Apenas unos cuantos, y de mala manera, se despidieron de la afición. El resto, tanto como los que sí lo hicieron, salieron apaleados o disparados.
"No soy hombre de excentricidades. Siempre me preparé para seguir trabajando duro el día que dejase el fútbol. Mi vida nunca se despegó de la tierra". Afirma Marchena en su viaje a lo exótico. A pesar de su historial no entró en divinidades decidiendo bajar a segunda, a subir al Deportivo. Ni al entrenar con un equipo de tercera en espera de que alguien descubriera que una leyenda estaba en paro.
Podría haberse aferrado al 'soy el puto Marchena' para exigir glorias que ya no le corresponden, o millones en paraderos americanos. "Si me aferrara al pasado acabaría siendo un personaje ridículo", le confiesa a Alfredo Varona, porque el asunto no va con su personalidad.
Bien visto, puede que no sea tan triste, incluso verse como una bonita metáfora del fin de una época que no acabamos de abandonar, volviendo a ella insistentemente como vuelve una viuda melancólica, imposibilitándonos ese trasiego pasar página y empezar de cero con humildad, la que nos llevó al cielo y bien representa Marchena.