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opinión politizada / OPINIÓN

Salta la sorpresa

26/07/2023 - 

VALÈNCIA. Última columna de una temporada larguísima. Tan larga que ha enlazado con la siguiente, casi sin darnos cuenta. Cuarenta textos –cuarenta y uno con el de hoy- que semanalmente han ido fotografiando un año para el olvido, para meter cuanto antes en una bolsa de basura y llevarlo corriendo al contenedor más cercano. Releer alguna de ellas por encima permite constatar la evolución: de los ‘memes’ e intentos de ligereza allá por octubre hemos ido pasando, poco a poco, a piezas más sombrías, sin alardes, sin bromas, porque no estaba el horno para bollos. Del optimismo de las collejas de Gattuso a salvarte en la última jornada por los pelos. No, no estaba la cosa para risas.

Eso sí, cualquiera lo diría viendo el rostro sonriente de Miguel Ángel Corona al aterrizar en Suiza. Será, imagino, el influjo del ‘local management’. Ese que, como concepto, ha durado escasamente un mes hasta saltar por los aires. Cual villano de Scooby Doo, en el ‘stage’ en Sankt Gallen los propios puntales del “Valencia de Valencia” admitieron que debajo de la máscara de la cacareada autonomía no se escondía otro que… Peter Lim. El de siempre. 

Que todo pasa por él. Que no va a poner un duro para fichar. Que hasta que no salgan jugadores, no pueden venir jugadores. Que quiere más dinero por Yunus. Que otro año más las cuentas arrojarán pérdidas. Que otro año más el magnate tendrá que cubrirlas con más dinero por su propia ineptitud.

Salta la sorpresa. Lo que olía a bacalao, tenía pinta de bacalao y sabía a bacalao ha acabado siendo bacalao. Anonadados nos hallamos. Casi tanto como al ver las redes sociales de la hija del singapurés, colgada de su padre balbuceando tras beber más copas de vino de la cuenta (no lo digo yo, lo admite ella en su Instagram). No dejan de ser hilarantes estos ejemplos de total despreocupación y nulo interés por el decoro cuando, precisamente, una de las reclamaciones de Baraja en las últimas semanas es la de vigilar el uso de los móviles, controlar los mensajes en redes sociales y tratar de que ciertos jugadores tengan la vergüenza torera de no dejarse ver en garitos a altas horas de la madrugada.

Ah sí, lo del bacalao. Poco que añadir al respecto. Aún tendremos suerte: nos ahorraremos el triste y denigrante espectáculo de que desde el club se nos intente hacer comulgar con ruedas de molino, beber de pozos sin agua y tirarnos a piscinas vacías. El poder del ‘local management’ es, en términos deportivos, el mismo que el pasado año: poco o ninguno. Cuanto antes dejemos descansar en paz ese debate, mejor para todos.

Así las cosas, ¿qué hemos aprendido en este último año de columnas de opinión cada miércoles? 

A intentar relativizar. A adaptarnos, poco a poco, al dolor de ver una institución moribunda y con respiración asistida, que se aferra a la vida y se resiste a morir a pesar de que su propietario es constante en la gotita de cianuro cada noche, junto al vaso de leche para dormir. A asumir que el fútbol, mientras Peter Lim esté presente en la ecuación, va a darnos escasas alegrías. Y que las pocas que vengan serán producto de la carambola, la fortuna o el trabajo a destajo de algunos jugadores o canteranos en concreto, algunos empleados en particular o de una amplia mayoría de aficionados, esos que no se resisten a hincar la rodilla.

También hemos aprendido que, en cierto modo, Lim ya ha ganado. No hace falta acudir a ‘manuales de resistencia’ de presidentes del gobierno, porque el singapurés podría rivalizar con Sun Tzu en su particular arte de la guerra. Si no, no llevaría diez años campando a sus anchas en esta ciudad. Ha dividido, y ha conquistado. Ha comprado voluntades, ha enfrentado facciones, ha jugado bien sus cartas aprovechando la estupidez y cainismo de la sociedad valenciana (de la que formo parte y asumo mi cuota de culpabilidad). 

Con la excepción quizá de los bulliciosos muchachos de Libertad VCF, Peter ha desprestigiado y desactivado todo atisbo de oposición. Es Thanos y, al chasquido de su guantelete, sus brazos ejecutores en la ciudad siguen órdenes al pie de la letra. Un enemigo así de formidable requiere de acumular todo ápice de unión posible para ser combatido. Desafortunadamente, estos doce meses acaban con una marcha cívica en junio que ha demostrado que la resistencia no se rinde… pero el muro, granítico, no se mueve. Es más: hay quien se frota las manos en Meriton, tras el cambio de gobierno autonómico, con retomar un acuerdo urbanístico que le devuelva a Lim privilegios que despreció en su momento con su pasotismo.

Todo cambia para que todo siga igual. Cambian las caras (Gattuso por Baraja), cambian las nomenclaturas (del director general Sean Bai hemos pasado al ‘local management’ impulsado por Layhoon) y cambian los enfoques editoriales, pero la realidad es la misma: un Valencia CF de mínimos que afronta los días previos a la temporada 23-24 con un equipo cogido con alfileres, con media docena de salidas por cerrar, con otra media docena –o más- de fichajes que hacer y con la mitad de su plantilla armada a base de canteranos. No por fe sólida e inquebrantable en ellos, sino por pura necesidad e irresponsabilidad de la dirección deportiva. Ingredientes que, metidos en la coctelera de la competición, pueden depararnos un brebaje de similar sabor al de la temporada pasada. Se avecina otro viaje de infarto, sin frenos y a tirabuzón limpio, en Meriton Mountain.

Y, si los jefes lo consideran oportuno, a partir de septiembre lo contaremos semana a semana por aquí. Gracias a todos los que habéis hecho una breve parada en esta ventanilla cada miércoles. Que tengáis un excelente verano.


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