VALÈNCIA. Ha durado menos que el abrazo de la suegra. Menos que un caramelo en la puerta del colegio. La pamema del Valencia de Valencia y el Valencia de Singapur ha durado menos que el parpadeo de un pekinés. A pesar de los extraordinarios esfuerzos de los ejecutivos y amanuenses mediáticos, a las primeras de cambio, se ha descubierto el 'panettone'. Por el mar no corren las liebres, ni por el monte las sardinas. Ha bastado con preguntar al club (insisto, al club, que no ha dado conferencia de prensa para dar explicaciones al aficionado) por la fotografía económica real de la entidad y el "palo" ha sido tan contundente como esperado. Resumiendo, que es gerundio: A la prensa le han contado que el club tiene una situación económica muy delicada. Se producirá una bajada importantísima de ingresos. Y el mercado está bloqueado porque, sin salidas, no se podrán fichar ni inscribir más llegadas. Había quien creía poder seguir vendiendo hielo a los esquimales, pero las cosas son como son y no como algunos falsos profetas nos las quieren contar. Spoiler: La cosa pinta fea.
La fotografía es como la prueba del algodón. No engaña. El club está instalado en números 'rojos' y necesita liquidez. Hay que tapar agujeros. O falta pasta en tesorería o hay que cubrir nuevas pérdidas. El orden de los factores no altera el producto. Se dice, se cuenta y se rumorea, que la dirección deportiva tiene autonomía, pero siempre surge el inevitable 'OK' de Lim. Se dice, se cuenta y se rumorea, que al recién renovado entrenador ya le han dicho que si no hay ventas, no habrá llegadas. Se dice, se cuenta y se rumorea que Baraja, con sus nuevas normas del vestuario, es más duro que el sargento Hartman de 'La Chaqueta Metálica'. Se dice, se cuenta y se rumorea que el Valencia está como loco por vender a Yunus, subastar a Mamardashvili y recaudar con Racic. Se dice, se cuenta y se rumorea que hay interés por Lucas Boyé, Amallah, Canós y Rafa Mir. La verdad es que el mercado está bloqueado y el calendario avanza. La verdad es que el club, el Valencia de Valencia y el Valencia de Singapur (sic) ya sabía perfectamente, hace meses, cuando se jugaba el pellejo por no bajar a Segunda, que lo que estaba por llegar era un marrón de proporciones bíblicas. Y si el club está como está, si hace falta liquidez, si hay problemas económicos, es única y exclusivamente culpa del señor que compró las acciones y sigue sin pisar la ciudad.
Se dice, se cuenta y se rumorea que hay un Valencia de Valencia y un Valencia de Singapur, pero la realidad es bastante más tozuda que todo eso. La realidad es que hay un grupo de empleados que viven haciendo equilibrios y tapando boquetes, mientras el propietario hace turismo al borde del abismo. No existe un Valencia de Valencia. Existen empleados del club que son maestros en el difícil arte de no mojarse en un chaparrón. Y no existe un Valencia de Singapur. Existe un millonario que se ha instalado en implicación impostada que se desliza por el lado marrón. Y al fondo del todo, empachado de mediocridad, resiste un valencianista que está hasta el gorro del Valencia de Valencia y del Valencia de Singapur. Uno harto de mariachis blanqueadores, discursos vacíos y políticos que se ponen de perfil. Uno que paga su pase religiosamente, que sigue batiendo el récord mundial de su propia paciencia y que no se fía de personajes que mienten hasta cuando dicen la verdad. Y eso no se rumorea. Se dice y se cuenta.