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13 de noviembre / OPINIÓN

Sentido y sensibilidad

24/12/2021 - 

VALÈNCIA. Me imagino que alguien asesoró a Quico Catalán antes de la Junta General de Accionistas del miércoles y si así fue se equivocó en un porcentaje muy elevado porque su argumentación de la preocupante realidad deportiva, financiera, institucional y social ha generado más desapego entre el levantinismo. Con poquitos síntomas de autocrítica, apelando una vez más a la pandemia como la causante del actual boquete (lo del mal de muchos), bajando al barro innecesariamente para defender lo indefendible como esa discutible independencia de la Fundación cuestionando el procedimiento en la decisión del voto de la Delegación de Peñas y el FROG, y mosqueándose cuando se le insistía en que se había separado del levantinismo. Me resulta increíble que justificara la legitimidad de la tenedora de la mayoría accionarial atacando y más a dos organismos con tantos aficionados que hay detrás, con sus nombres y apellidos y su abono en el Ciutat. Como si mi voto, porque delegué mis acciones, no valiera. ¿Qué necesidad tenía de embarrar la Junta tirando por tierra a los peñistas y accionistas minoritarios?

Y eso que lo tenía fácil sin tener que arremeter, estar a la defensiva, ni llamar “malas personas” a nadie. Bastaba con pedir perdón, asumir errores, escuchar e incorporar a la minoría, exponer un proyecto de regeneración, sobre todo en la estructura deportiva para revertir la situación de inmediato, y hacer un llamamiento para pelear por la permanencia todos unidos. Es una pena que me quedara la sensación de que esto es un conmigo o contra mi y que sigue reinando la improvisación. Una percepción por las reacciones, los gestos y el tono en las réplicas… y con un montón de momentos surrealistas que es mejor ni recordarlos. Hay que tender la mano y escuchar, todo por una voluntad de conseguir un Levante mejor, que es lo que nos une a todos. No me gustaría hacer paralelismos con el pasado más oscuro, pero hay motivos para asustarse y temer que costará y mucho salir de este lodazal en el que nos encontramos.

Una de las conclusiones más preocupantes es que el plan que queríamos conocer en boca del presidente Catalán es que no hay plan. Lo de tirar del sentimiento y tocar la fibra ya no me convence. Hay que dejarse de palabrería (y sobre todo de malas palabras) y pasar de las promesas a los hechos. Que está muy bien eso de abrir las puertas del club (o de “mi club” como se le escapó en una ocasión) y que se valoren las propuestas que puedan llegar a las oficinas, pero permitidme que dude que vayan a cristalizar. Del dicho al hecho hay un buen trecho. La institución necesita un lavado de profesionalización y una renovación inmediata del modelo Consejo-Fundación. Lo más acuciante es quemar todas las opciones que puedan haber para evitar el descenso de categoría.

El mensaje para paliar la crisis deportiva es que en los próximos meses se trabajará “para que la planificación de la temporada que viene la lleve una dirección deportiva”, descartando su incorporación en enero para afrontar el mercado invernal y con el condicionante del desenlace de esta temporada. Está claro que no es lo mismo estar en Primera que en Segunda División para preparar el siguiente proyecto. Un vacío que acometerán los técnicos de la casa, con Quico Catalán vigilando todos los movimientos. Hay decisiones urgentes que tomar con esta improvisada parcela deportiva. Por la lesión de Mustafi y la fragilidad de los otros cuatro centrales (Vezo, Duarte, Postigo y Róber Pier), un central ha pasado a ser una de las peticiones prioritarias para el técnico Alessio Lisci, además de un extremo zurdo, sin descartar que este mercado movido que se avecina pueda presentar alguna ‘ganga’. Sin obviar el excedente que hay en la plantilla (25 jugadores y dos con ficha de filial) y habrá que dar salidas y no solamente para encajar las piezas que se pretenden firmar sino también para aligerar gestiones cuanto antes por la necesidad de ingresar 10,5 millones de euros antes del 30 de junio de 2022.  

Aunque parezca un imposible, sin apenas motivos para la confianza por la capacidad innata que se ha tenido para dejar pasar el tiempo y no frenar la caída libre, desde dentro no se puede pensar en Segunda. “Nos van a tener que matar”, manifestó Quico. Hay que arremangarse, apurando las mínimas opciones que quedan para revertir la situación, y persiguiendo una respuesta inmediata. Todo es cuestión de si se quiere cambiar el guion y no tirar la toalla. Hay que ser serios en la toma de decisiones, asumir responsabilidades, delegar funciones a los especialistas y pensar en colectivo si se estima que todavía no es demasiado tarde y el desenlace puede cambiar.

El club, como así repetía Quico Catalán tras la salida de Javi Pereira, Manolo Salvador, David Navarro y Manuel Fajardo, como responsable de la remodelación hasta nuevo aviso, no está capacitado para tomar las riendas de lo que sucede en el campo. Hablando en tercera persona, el presidente insistió en que “Quico nunca será director deportivo”. En aquella noche del 29 de noviembre se dio el ‘todos en la calle’, un paso necesario para frenar la desafección e indiferencia que había provocado la travesía en el banquillo del sustituto de Paco, pero se dejó la tarea a medias y así sigue, creyendo así cambiaría la película cuando ha sucedido todo lo contrario. Orriols se siente huérfano de una idea, de un proyecto, de una identidad que vuelva a contagiar. La personalidad del Levante más reconocible la inyectan los Morales, Roger, Pepelu, Cárdenas, Cantero, el debutante Marc Pubill y, principalmente, Alessio y su cuerpo técnico. Alrededor de ellos tiene que construirse el milagro de los milagros y el futuro del escudo sea en la categoría que sea. Ahí radicaría la mayor de las exigencias: restablecer la identificación dañada con los futbolistas que crean y fumigar el vestuario de todo lo que obstaculice el horizonte.

Es una pena que el Levante esté a una galaxia de ser el club que era. Y no sabéis la rabia que me da. El aval del pasado no sostiene una gestión que presenta más grietas que nunca y es insuficiente para confiar ciegamente en la gestión de Quico Catalán como sucedió en la Junta General de Accionistas. Es lo que tiene un club presidencialista: que los focos apuntan siempre con más fuerza al mismo responsable para lo bueno y lo malo. El futbol no tiene memoria y la realidad es un presente que está marcado hace mucho tiempo por los bandazos, la autocomplaciencia, la falta de autocrítica y el error de no abrirse más al exterior, al granota militante, generando una indiferencia y desafección que la falta de resultados positivos ha agudizado más todavía.

La sucesión de acontecimientos ha refrendado que se había acabado un ciclo y era necesario limpiar el vestuario desde las consecuencias que provocó el adiós a la final de la Copa del Rey de La Cartuja, con el condicionante de la pandemia que afectó a todos los clubes y que parece que sea el único factor, junto a la consiguiente drástica reducción en la ventana de fichajes, para argumentar unas cuentas con un déficit de 23,2 millones, más 6,7 en pérdidas computados en ajustes por errores, además de un descenso patrimonial del 72% con respecto al ejercicio anterior y, como consecuencia, la caída del valor de cada una de las acciones de 335 euros a los 94,85 actuales.

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