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opinión

Silencio

Durante el sábado noche fue estremecedor encontrar a un Mestalla, durante un media hora aproximadamente, sumido en un mutismo sepulcral. En la primera bandeja, con cerca de 35.000 espectadores en la grada, se escuchaba el golpear del balón en las botas de los futbolistas...

8/02/2017 - 

VALENCIA. Durante el sábado noche fue estremecedor encontrar a un Mestalla, durante un media hora aproximadamente, sumido en un mutismo sepulcral. En la primera bandeja, con cerca de 35.000 espectadores en la grada, se escuchaba el golpear del balón en las botas de los futbolistas. Había gente, pero estaban en otra parte.

En ocasiones no hay respuesta más contundente que esa. En The Crown existe una escena que define a la perfección esta idea. Trata de un Churchill encolerizado acusando al pintor de haberle retratado como un monstruo; en plena discusión, el artista le hace ver que lo cruel está en la edad, que si ve debilidad en el cuadro es porque la hay en su persona. Sólo así el Primer Ministro se da cuenta de que ya tiene 80 años, apenas puede moverse sin dificultad, y la vida se le escapa sin remedio. En ese instante se hace el silencio, el padre de la nación se hunde en el sofá y se va haciendo pequeño, mientras asimila el descubrimiento de una realidad que se ha negado a ver durante años.

El silencio tras los tímidos silbidos de un Mestalla impactado por la humillación del Eibar es el de una venda cayéndose de los ojos. Es una mudez producida por topetarse ante una verdad esquivada durante demasiado tiempo. Allí mismo, ante el equipo de una población que entera no haría ni media entrada en el recinto de la avenida de Suecia, se constató el tamaño al que quedó reducido el Valencia. Un viejo baluarte ahora marchito y decrépito que necesita un bastón para caminar curvado, mientras los pocos que todavía le admiran sólo se le acercan para compadecerse de él o para recordar entre lagrimas viejas batallas. Como le ocurre al Churchill de The Crown.

Tal vez también fuera un silencio autoinculpatorio. Sabedores del mesianismo practicado. De la cantidad de justificaciones a cosas injustificables que se han proferido en papel, en ondas, en tuits o en televisión repetidas sin el más mínimo espíritu crítico. Escondiéndolo todo bajo la alfombra del "y tú más" o "los otros son peores". O algo peor, a vestir la situación con un ingenuo buenísimo.

En frialdad, no deja de sorprender la normalidad que le hemos dado a asuntos que no lo son. En contraste, mirando al pasado, sorprende la dócil tolerancia a aspectos que no hace mucho hubiera sido inimaginable pensar que se tolerarían. No deja de impactar lo paulatinamente que nos vamos acostumbrando a la derrota.

Por ello entristece comprobar como aquellas asociaciones que deberían existir para salvaguardar ciertas cosas, ejemplo, l'Agrupació de Penyes, quedaron bajo la dirección de sexagenarios serviles, adscritos al poder, trasnochados y totalmente desmovilizados. No dejamos de estar ante un aplastante fracaso colectivo.

Ciertamente, se hace necesario seguir exigiendo cambios. Aunque se esperen de personas de las que uno ya no puede confiar. Es difícil creer en su efectividad o acierto. Lo es porque no saben donde están, porque para ello se requiere hacer autocrítica, tener conciencia de los errores cometidos, y Meriton vive en un plano totalmente distinto. Es gente que no entiende (en general no entiende nada) por qué no se les lleva en volandas "por habernos salvado la vida" y recogen las opiniones como un ataque patrocinado, creyendo firmemente que la culpa se reduce a un grupo de jugadores a los que han dejado vendidos ante la adversidad.

Ya tiene que ser curiosa la situación para que sean los propios futbolistas quienes deslicen su sorpresa ante la ausencia de un club que no se digna a decirles nada... ni una palmadita en la espalda, ni una arenga, ni una riña...

En The Crown, la dureza de la verdad lleva a Churchill (como le llevó en la vida real) a presentar la dimisión y retirarse de la vida pública. Yo no sé muy bien qué más se puede hacer con una masa social que arrastra en gran parte un profundo sentimiento de culpa, que no encuentra referentes en ningún lugar, gobernados por unos dirigentes que se esconden o huyen en lugar de comandar y dirigir en la tormenta, que está despertándose a golpes y sin contar con el respaldo de ningún agente vivo del entorno. Si es que se puede considerar que quede algo vivo en él.

Sólo sé que para luchar por la permanencia y vender todo lo vendible sosteniendo con ello una mísera subsistencia no necesitamos a Peter Lim, ni a magnate alguno. Y que la pasividad no es un remedio, ni dimitir una posibilidad, que seguir justificando no es más que añadir lastres a un enfermo terminal, que el Valencia no necesita más fuegos de artificio que duren apenas unos meses y que no puede seguir no pasando nada, porque está pasando demasiado.

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