Hoy es 12 de octubre
¿Autocrítica? Sí. ¿Unidad? Ahora, más que nunca. A los equipos hay que quererlos cuando menos lo merezcan, porque es cuando más lo necesitan. Sin unidad, no hay paraíso
VALÈNCIA. Si alguien, cegado por la euforia o la ingenuidad, creía que esto iba a ser un crucero de placer, estaba equivocado. El Valencia CF, que debe usar el pasado como trampolín y no como sofá, está obligado a conseguir lo más difícil, mantenerse después de haber llegado. Ante el RCD Espanyol se pudo ver un VCF con arranque de caballo andaluz (media hora notable) y parada de burro manchego (segunda parte infame). Después de la derrota, Gayà envió un mensaje explícito: “La segunda parte no es digna de un equipo como el Valencia CF si queremos estar arriba. Nos han pasado por encima y esto no se puede volver a repetir”. Directo y en vena. Sobredosis de autocrítica, como debe ser. Traducción: gasolina para el siguiente partido. El mensaje es limpio como una mañana de primavera: falta más intensidad, más concentración, más solidaridad, más capacidad de sufrimiento y más pegada cuando se está dominando. Si eso se corrige, el VCF recuperará su identidad. Así de fácil y así de concreto. No hay que olvidar este partido ante el Espanyol. Eso sería un grave error. Hay que aprender de él y tenerlo muy presente, porque quien olvida la historia, está condenado a repetirla. Autocrítica, siempre.
Ahora bien, la autocrítica es compatible con el bien más preciado por cualquier club: la unidad. Redoblada la exigencia, la hoja de ruta pasa por demostrar que se está a la altura en tres competiciones y no dos, hay que refrendar que esta plantilla tiene más hambre que la del curso pasado y hay que competir como si no hubiera mañana. Y todo eso sólo se podrá lograr desde la humildad, el compromiso y el trabajo. Que no son un conjunto de palabras vacías y eslóganes facilones, sino códigos que sólo pueden ejecutarse desde una unidad indivisible y unas convicciones profundas que vayan más allá de dos malos partidos, tres malos resultados o cien errores individuales. Si alguien creyó que el camino del VCF iba a ser un paseo militar, va listo de papeles. Resulta imposible pedirle al aficionado que sonría cuando su equipo juega mal, que no se irrite cuando no detecta intensidad o que mire para otro lado si el Valencia no parece el Valencia. No es un plato de gusto y más de uno acabó yéndose a la cama sin cenar. Ahora bien, una cosa es poner cara de empate a cero si te dan un baile y otra, muy diferente, tirar por tierra todo lo construido por una mala segunda parte. Si el valencianismo empieza a transitar por la vía del reproche fácil, si se deja llevar por la tentación del palo indiscriminado y compra el discurso de potenciar lo que les separa en vez de lo que les une, el club volverá a asomarse al viejo precipicio que conoce de memoria: el proceso de autodestrucción.
Sin tremendismos, sin dramas y sin quemar la falla antes de tiempo, aunque los pirómanos habituales estén de guardia, propiedad, dirigencia, entrenador y vestuario saben qué se espera de ellos. Quieren, saben y pueden dar más. El palo de Cornellá, accidente o cura de humildad, debe tener un efecto despertador para el valencianismo. Hay un tiempo para quejarse de que las rosas tienen espinas y otro para alegrarse de que esas mismas espinas también tienen rosas. Ahora no es tiempo para dudar, sino para creer. El Valencia CF está, por fin, en unas manos capaces, las de Mateu Alemany; cuenta con la dirección de Marcelino, el mejor entrenador español de la Liga; tiene la mejor plantilla que su dinero ha podido pagar; acaba de fichar a Guedes, está en tres competiciones, va a volver a la Champions y ya vive su Centenario. ¿Autocrítica? Sí. ¿Unidad? Ahora, más que nunca. A los equipos hay que quererlos cuando menos lo merezcan, porque es cuando más lo necesitan. Sin unidad, no hay paraíso.