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Trump, el presidente que agotó los chistes de los humoristas

Drama en el New York Times. Un reportaje sobre humoristas detecta que para la izquierda cada vez es más complicado hacer chistes que no tomen una clara e inequívoca toma de postura. La ironía, entretanto, ha ido a parar a los humoristas de derechas, solo ellos se la pueden permitir. Todo merced a un presidente que ha convertido cada aparición en algo que supera la ficción y a un público que es cada vez más intolerante con la diversidad de opiniones

31/10/2020 - 

VALÈNCIA. Es por todos conocido. Se hablaba de la serie Antidisturbios, pero no fue hasta que no se quejaron responsables de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de su contenido que cobró verdadero interés. Si la respuesta era tan visceral, si en los titulares estaba la palabra "cocaína", había que verla. Ha sido la mejor publicidad. En Estados Unidos, casualmente, se están también invirtiendo los papeles, pero en sentido contrario con su presidente del gobierno. Él se está ocupando del humor y los humoristas de la política, calcinándose cual políticos en el lance.

Recientemente, en el New York Times, un periodista que se había adentrado en Comedy Central para hacer un reportaje, relataba los problemas que tenían los guionistas para sacar su trabajo adelante en estos tiempos. La culpa era de Trump, denunció en el titular, por supuesto, pero dentro hilaba más fino. El guionista Dan Amira, de The Daily Show, confesaba abiertamente al redactor: "La gente se lo toma tan emocionalmente (...) Casi tienes que no expresar las cosas con sarcasmo, porque la gente se preguntará momentáneamente si no estás de su lado". Se les exige política y de línea dura.

La productora Jen Flanz estaba de acuerdo. Siguió: "Tenemos que hacer una señal a la audiencia: 'Oye, sabemos cómo te sientes', para que no parezca que estás tomando a la ligera una cosa seria". Sin embargo, la pregunta es ¿cómo hacer comedia sin tomarse algo a la ligera? Ese era el problema con el que se ha encontrado el citado programa, The Daily Show, con Trump. En esta época, cualquier salida de la trinchera, o cualquiera que no viva en una, equivalente a una traición y a un traidor, respectivamente. Un fenómeno que se da también en el terreno del humor, en el de los chistes. ¿Y son estas las generaciones que tienen que dar gracias a los objetores e insumisos por haberles librado de la guerra? No se enfaden, la pregunta no va en serio, es un pobre chiste.

El periodista que firma la pieza, Dan Brooks, se pregunta si Trump no debería haber sido, precisamente, lo mejor que le podría haber pasado a la comedia de ese país, pero lo cierto es que es complicado de igualar humor y realidad bajo su presidencia. Cuando reapareció supuestamente curado de coronavirus con musicón y saludo marcial en la Casa Blanca, aquello era imposible de parodiar. Cualquier intento habría sido inverosímil habida cuenta de que al ver esas escenas en ese contexto lo que aparecía por televisión nos parecía completamente fuera de la realidad. Un delirio.

Es muy curioso leer este artículo. Expresa exactamente lo que pensamos en su peor vertiente, es decir: los comediantes están hartos de Trump. El mismo John Oliver, de Last Week Tonight y The Daily Show, declara en el reportaje: "La gente se cree que [con Trump] la comedia se escribe sola". En realidad, el humor lo pone el presidente y a los humoristas les toca la parte más engorrosa de la política. Lo tiene claro "como ser humano y como cómico, no puedo esperar a que esto termine". Su reflexión es palmaria:

"El fenómeno de un presidente cuya persona es ridícula incluso cuando impone políticas reaccionarias no tiene precedentes en el siglo XXI (...) Ahora este formato se enfrenta a una crisis de identidad, por dos motivos. Primero, los medios de comunicación no le siguen el juego al presidente Trump (...). Evita a los comediantes decir lo que todos estamos pensando y los sitúa en la posición más difícil de encabezar lo que todos estamos diciendo (...). El éxito de Trump ha demostrado que señalar la hipocresía no funciona, al menos no como una forma de fastidiar al hipócrita".

No sin estupefacción, seguidamente, el artículo seguía con la sorpresa de que los humoristas de derechas no dejan de crecer y tener un campo más amplio sobre todo en el sentido de la ironía. Los nuevos esquemas morales han entregado el humor a la derecha, se queja el autor. Atención a esta autocrítica: "La derecha de hoy está más dispuesta a decir lo que no significa para reírse y más dispuesta a enmarcar lo que significa como una broma".

En España, curiosamente, no tenemos este problema. Es difícil hablar de humoristas de derechas y de izquierdas porque los primeros no existen prácticamente. No tienen espacio. El chiste de derechas es underground. Encima, la mecánica del chiste de izquierdas más habitual se reduce, en esencia, a darle al tentetieso. Una y otra vez, hasta el infinito. A veces parece el mantra de los Hare Krishna.

Hay gente de derechas que suele quejarse de que no es qué, sino quién, lo que marca la actualidad y las bromas. No les falta razón. Tiene fácil explicación. Por ejemplo, al escribir estas líneas, una política del PP se ha mofado de un collar que llevaba una oponente, ha sido intolerable. No obstante, hace días, el vicepresidente del Gobierno se mofó del acento de un político murciano. Eso no le pareció intolerable a nadie de izquierda. Si la chanza del collar hubiese sido desde la izquierda y sobre algún clásico, unas perlas por ejemplo, imagen recurrente, hubiera sido un éxito. Del mismo modo, estaríamos hablando del escándalo del siglo que un político de derechas, además de Madrid, se hubiera reído del acento de otro de la periferia, pero fue al revés, y entonces la indignación y la risa se dirigieron con gran precisión al quién, nunca al qué.

Cualquiera diría que desde los medios se promueve estos comportamientos de trinchera, pero no hay que engañarse. Somos nosotros. Pensar en el hombre de la cultura o los medios como faro y guía es otro error, suelen ser el reflejo de lo que somos la mayoría: el seguidismo es su divisa. Eso, solo en el mejor de los casos. Porque tampoco faltan ejemplos de humor cuidadosamente elaborado, generalmente con dinero público, para transmitir directamente las consignas del poder en su vertiente más intolerante y neofascista. Un humor, en lugar de carcajadas, de arcadas.

No obstante, a la preocupación de los supuestos representantes de los antidisturbios sobre la imagen que proyecta de ellos una serie de ficción, solo podríamos recomendarles que den gracias. Una serie en clave realista documental, sería mucho más dura. Puede que insoportable.

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