Me inunda la melancolía de aquellas otras tardes en las que ir al fútbol era una fiesta, donde saldrías satisfecho si la normalidad imperaba durante los noventa minutos.
VALENCIA. Han externalizado mi sentimiento. Como aquel indio de la peli de Indiana Jones, me han sacado el corazón y lo han quemado. Escribo esto a media hora escasa que comience el partido en San Mamés y, si nos ponemos románticos, mis metafóricas lágrimas han inundado el campo, haciendo trabajar a destajo a los operarios. Ojalá no se juegue, se lo digo en serio. Solo por ganar algo más de tiempo, aunque no se muy bien para qué.
Mi desafección viene por el futuro. Por los jugadores que están y no estarán, por los jugadores que vinieron, se rompieron y puede que no puedan ayudar, por los entrenadores que llegaron, hablaron y en eso se quedaron y por los directivos que miraron y no vieron. Me inunda la melancolía de aquellas otras tardes en las que ir al fútbol era una fiesta, donde saldrías satisfecho si la normalidad imperaba durante los noventa minutos.
Leyendo al vecino Lizondo, también me vienen imágenes de aquellas otras eliminatorias, pero en mi caso, más optimistas. Aquella semi contra el Villarreal, a la que me presenté enfundado en un perfecto traje azul marino (sí, yo también he trabajado con traje) luciendo una corbata amarilla para desafiar a la mala suerte y al color del equipo rival. Y el traje, sin querer, representaba la sensación de confianza que solo te permite un buen sastre y una buena lana. Ahora, el traje está colgado para mejor ocasión que no será ir a Mestalla a rellenar de confianza la grada porque, como les digo, me la han externalizado.
Unos y otros, pero más los jugadores que, en definitiva, son los que nos hacen latir. Y sí, ves las figuras, ves los cromos, ves los precios, ves los cachés y dices "Esto no puede pasar. Los números están a favor". Pero no. No lo están. Ni los números, ni las letras. Ni tan siquiera los gestos. Sobre todo los gestos, que son lo importante.
Necesito imperiosamente un Mago de Oz que me remiende este descosido. Quiero volver a ver el fútbol con ojos de niño despreocupado. Porque si lo miro con ojos analíticos, mejor cambiar de canal. Lo hacen todo mal, hasta lo básico. Defenderse del Valencia es más fácil que saber los hábitos de Kant en la Prusia de finales del XVIII. Un secreto a voces. Y atacarlo, más de lo mismo. Extremadamente sencillo, con una defensa amerengada que amarga a cada cucharada de Griezmann, Aduriz o el delantero de turno. Incluso Torres ha apretado puño celebratorio. No les digo más de como estamos. Y no me importa quien sea. Me conformo con muy poco. Con trabajo, con sentido común, con sentir el hierro. Incluso, con perder dignamente.
Esperaré pacientemente en alguna de las barras familiares en estas Fallas, buscando a alguna Dorothy treintañera que me cuente como acaba la historia. Espero verles a la vuelta y poder contarles otras historias. Más alegres.