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opinión 'politizada' / OPINIÓN

Una grada producto de su época

29/11/2023 - 

VALÈNCIA. Anda la cosa revuelta en el fondo sur de Mestalla. Contaba mi compañero Miguel Martínez el pasado fin de semana que la Grada de Animación vive semanas de tensión, en el sentido más estricto de la palabra, entre seguidores volcados en animar al equipo los noventa minutos y otros que viven el partido en la misma zona pero de manera mucho más relajada. 

Dudaba ante la tentación de llamar a esas personas ‘comepipas’, porque también Meriton se está encargando de eliminarlas. A las pipas, digo; no a la gente que las consume… de momento.

Casualmente hace unos días, el aficionado Pedro Nebot hacía un repaso oral en ‘Veus Fé-Cé’ de la historia de esa grada, que ha mutado durante cuatro décadas en nombres y filosofías. Del Yomus ochentero al Gol Gran noventero, pasando por la unión de ambas a partir de verano de 2012 para constituir la Curva Nord Mario Alberto Kempes, los años de esplendor de dicho colectivo y la demolición sin tapujos que Anil Murthy ejecutó sobre ella, pasando por la espada a los mayores de treinta años en cuanto alzaron la voz para criticar su gestión infame.

Cada década y sus circunstancias marcan la fisonomía de los colectivos. Los rudos ochenta vivieron el esplendor ‘hooligan’ en Europa hasta que la cosa se fue de las manos: Heysel primero, Hillsborough después y más de un centenar de fallecidos entre ambas invitaron a Margaret Thatcher, más Dama de Hierro que nunca, a sacar la tijera –y las cámaras de vigilancia- y descabezar el movimiento en Reino Unido. 

En Mestalla nos dimos cuenta poco después: las fuertes medidas de seguridad y las vallas de metal que rodeaban el perímetro del terreno de juego nos servían de recordatorio, igual que un viejo VHS gastado con los goles invernales de Fernando y Robert contra el Madrid. Con los años, también dejaron de escucharse aquellas tracas y petardos con los que tantas generaciones crecieron. Mucha policía, poca diversión.

En los noventa llegó otro estilo de animación, menos brutote en las formas y más sutil en su crítica constante hacia el poder político, cultural y deportivo. La independencia de Gol Gran fue, durante años, su principal fortaleza: colaborar con el club era una cosa, y otra muy diferente ser su siervo. Son los años de aquellas recordadas pancartas en el fondo sur repletas de dobles sentidos, sentencias punzantes y socarronería. En ocasiones, incluso, se erigían en azote de presidentes: leer en el segundo anillo aquello de “Roig, del equipasso al batacasso” sería algo impensable en 2023 dado el entorno marcial y de censura extrema que Peter Lim ha impuesto sobre el pueblo de Mestalla.

De la unión de ambas filosofías –muchos dirán que incompatibles, pero unidas por el amor al Valencia CF- surgió la Curva hace poco más de una década. Una grada de animación que, lo digo ya, será recordada dentro de veinte o treinta años como una etapa gloriosa para sus componentes, que convirtieron Mestalla en una fortaleza inexpugnable. La temporada 2014-2015 en particular es, a mi juicio, algo que no se volverá a ver jamás en la Avenida de Suecia: la forma en que esa grada levantó a 50.000 personas, domingo tras domingo, para llevar en volandas al equipo directo a la Champions es material histórico de primera categoría.

¿Y ahora? Pues los chavales hacen lo que pueden. Han sido despojados de sus miembros más veteranos: tipos de militancia incuestionable y con años de experiencia animando, recorriendo kilómetros, organizando tifos y guiando a las generaciones más jóvenes. La mayoría de ellos sin antecedentes ni problema alguno con la justicia. El club le dio a los +30 una patada en el culo con la violencia como pretexto, y el valencianismo no estuvo a la altura para defenderles.

En ese contexto, hoy vemos a jóvenes aficionados que van a animar y a dejarse la voz por su equipo. Otros hacen lo mismo y, además, cantan contra Peter Lim y sus esbirros, mientras reciben alguna que otra miradita de reproche. Y, por lo que parece, hay otro grupo numeroso que aprovecha el abono a mitad de precio para colarse en la zona, ponerse en un lateral y disfrutar del fútbol con un pase ‘low cost’. Y nadie les afea su actitud. Ni rastro de la cultura de grada de antaño.

A finales de los noventa, Rupert Murdoch compró el Manchester United a la familia Edwards. Muchos fijan ahí el arranque del bestial proceso de mercantilización que ha convertido a la Premier en la liga más vista del mundo y al ManU en uno de los clubes más ricos del planeta, para desgracia de sus seguidores más tradicionales. Una pancarta en Gol Gran reflejaba el sentir mayoritario en septiembre de 1998: “No queremo$ otro Murdoch”, mientras las frenéticas guerras por el poder accionarial se sucedían entre el bando de Paco Roig y el resto de piezas del tablero de ajedrez societario del club.

La pérdida progresiva de ese espíritu crítico, subversivo, reticente ante los cantos de sirena y arraigado en los valores tradicionales de lo que es –o debería ser- el Valencia es, quizá, uno de los grandes dramas de las últimas décadas. Porque, de haber mantenido ese ojo avizor, el proceso de venta de 2014 no hubiese dispuesto la alfombra roja para Peter Lim. O, al menos, le hubiese costado más a Amadeo y Aurelio sacarla a los pies del bróker de Singapur. 

La destrucción consciente de aquellas señas de identidad –recuerden, “el Valencia CF vale cero” nos llegaron a decir- fue sólo el primer paso en un proceso degenerativo que nos lleva hasta el día de hoy. Si, efectivamente, cada grada es producto de su época, la actual Grada de Animación es la obra magna de todo lo que Meriton ha aportado al valencianismo estos diez años: crispación, injusticia, arbitrariedad, represión al disidente, pérdida de referentes, la juventud desprotegida ante el poder y, por encima de todo, una división cada vez mayor entre aficionados a los mismos colores.


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