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análisis | la cantina

¿Vale el salto de Bob Beamon medio millón de dólares?

26/01/2024 - 

VALÈNCIA. ¿Qué precio tiene un pedacito de la historia? ¿Se puede tasar uno de los momentos más icónicos de la historia del deporte mundial? En realidad sí, o eso piensan en Christie’s, la célebre casa de subastas, donde se estima que la medalla de oro de Bob Beamon, la que recibió después de batir el récord del mundo de salto de longitud en los Juegos de México 68, puede alcanzar los 600.000 dólares.

El trofeo olímpico es una de las piezas más llamativas de ‘The Exceptional Sale’, el nombre que se ha dado al conjunto de los 40 lotes que se van a subastar el 1 de febrero en Nueva York, la ciudad donde nació Bob Beamon, y donde también habrá otros objetos bastante mediáticos, como una guitarra de Elvis Presley o un chaleco de Janis Joplin.

Los verdaderos amantes del deporte han perdido algunos segundos al leer o escuchar la noticia de que se va a subastar la medalla de oro de Bob Beamon. Aquel salto a la posteridad tiene una carga simbólica tan potente que es imposible no pensar que estaría bien tenerla en casa. Aunque qué es un trozo de metal al lado de ese vuelo que se fue más allá de lo que alcanzaba el aparato para medir los saltos. Ese brinco cargado de magia que necesitó veinte minutos hasta encontrar una cinta métrica que estiraron ocho metros y noventa centímetros. Una marca que, cuando la anunciaron, no le dijo nada al estadounidense, que tuvo que esperar a que su compatriota Ralph Boston, el hombre que compartía el récord del mundo (8,35) con el soviético Igor Ter-Ovanessian, se la tradujera a pies y pulgadas. Y ni siquiera entonces, algo aturdido por la gesta y la sorpresa general, fue capaz de alcanzar la dimensión verdadera de lo que había logrado en el primer salto de la final.

Beamon realizó otro salto, esta vez de 8,04, y entonces ya lo dejó. Había batido el récord del mundo por 55 centímetros, por más de medio metro, y estaba claro que nadie le podía arrebatar la medalla de oro. Ni siquiera Boston, el triunfador en Roma 60 y el único hombre que fue mejor que él en la clasificación, cuando saltó 8,27, ocho centímetros más que el futuro campeón olímpico. Tampoco Ter-Ovanessian.

Bob Beamon estaba predestinado. Algo intuyó Larry Ellis, su entrenador en la Jamaica High School, en el neoyorquino barrio de Queens, cuando, siendo Bob aún un niño, ya le advirtió de que algún día podría alcanzar unos Juegos Olímpicos. Aunque más certera fue la predicción, un año antes de México 68, de Wayne Vandenberg, el entrenador de la universidad de Texas-El Paso, quien fue a un amigo a hacerle una confesión: “Muy pronto, Bob Beamon dará un salto que no podremos creer ni tú ni yo…”.

Ese salto se produjo el 18 de octubre de 1968. Dos días antes, Tommie Smith y John Carlos protagonizaron un gesto que llegó tan lejos como el salto de Beamon. Los dos velocistas estadounidenses subieron al podio y levantaron el puño con un guante negro, el saludo del Black Power desde la muerte de Martin Luther King en abril. La guerra de Vietnam y el asesinato del líder negro en Memphis habían supuesto una convulsión para la sociedad estadounidense, donde se agudizaron los conflictos raciales.

Bob Beamon no se puso de perfil y llegó, incluso, a poner en riesgo su clasificación olímpica. El saltador de la Universidad de Texas-El Paso boicoteó, junto a otros nueve compañeros, una reunión deportiva en la Universidad Brighman Youg, en el Estado de Utah, por las enseñanzas racistas que decían que transmitía el Libro del Mormón. Aquel gesto rebelde le costó la beca universitaria, aunque, por suerte, no interfirió en su inclusión en el equipo olímpico estadounidense para aquellos inolvidables Juegos Olímpicos de México, la ciudad donde la noche anterior a la final, el joven Bob Beamon, de solo 22 años, angustiado por la presión, decidió salir a tomarse unos chupitos para calmar la ansiedad. No debieron sentarle mal. Al día siguiente saltó 8,90, un nuevo récord mundial que se mantuvo en pie durante 23 años, hasta que Mike Powell saltó cinco centímetros más en el Mundial de Tokio. Beamon subió al podio y se remangó las perneras del pantalón para que salieran a relucir sus calcetines negros, como los guantes de Smith y Carlos, mientras levantaba el puño.

Aquella gesta de Beamon le valió una medalla de oro y un asiento en el Olimpo del deporte. Un lugar al lado de Jesse Owens, el héroe de los Juegos de Berlín 36. Dos de las cuatro medallas de Owens también fueron subastadas en este siglo. Una alcanzó un récord que parece insuperable, casi un millón y medio de dólares, el precio que pagó alguien en diciembre de 2013 por esa presea. La segunda superó los 600.000 dólares el 7 de diciembre de 2019. ¿Cuánto subirá la puja por la medalla de oro de Bob Beamon?


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