Empecemos dando la matraca con lo de siempre: los tomates son un amor estacional, una pasión efímera, el producto de un largo, cálido, tórrido y ardiente verano. Y todo lo demás -salvo elaboradas bioquímicas excepciones-, invernadero y porexpán.
Tras escribir la cantinela de rigor, llamamos a COARVAL -Cooperativa Valenciana Unión Protectora del Perelló- y tras una voz con acento chino que nos saluda preguntándonos si el motivo de nuestra llamada es “verduras chinas” (¿?) hablamos con Pepe Herrero, que nos ilustra sobre el fruto en cuestión.
Tomate valenciano
El astro más brillante del firmamento valenciano de los solanum lycopersicum. Este fruto es grande, carnoso, con poca semilla y piel fina. El sex symbol de la frutería. “Feo pero muy bueno” según algunos puestos del Mercado Central.
En la pequeña población de El Perelló, su época de cultivo comienza a finales de invierno y se extiende durante toda la primavera para eclosionar en el estío. Destaca por su punto de salinidad adquirido por las aguas con las que se riega, tiene una acidez bajísima y gran dulzor. En esta liga juegan los ‘chatos’, de gran tamaño y redondos junto a los muy patrios ‘masclets’, alargados, acabados en pico y algo más pequeños.
¿Tomate valenciano fuera de la Comunidad? Difícil. Salvo que se cojan verdísimos, suelen perecer en cuanto cruzan las murallas del reino.