En 1983 un restaurante chino en València no era una propuesta exótica. Simplemente, era una idea remota. Cuando abrió la Gran Muralla, en Porta de la Mar, fue el inicio de una nueva fase. Otras comidas que se abrían paso. Nuevos acentos. Para los Chen, el momento fue todavía más decisivo. Acababan de tomar una elección vital que definiría sus siguientes generaciones.
Llegaban del sureste de China, en busca de una vida mejor. Su gusto por la cocina, añadido a las primeras pistas sobre el boom de los restaurantes chinos en Europa, hizo que lo intentaran.
Si alguien por entonces les hubiera dicho que, cuarenta años después, los Chen seguirían regentando su Gran Muralla, quizá hubiese pecado de un exceso de optimismo. Pero si les hubiera indicado que desde entonces crearían una saga que hoy sitúa a tres hermanos al frente de tres restaurantes de la ciudad, el optimismo pasaría a desvarío. Juan sigue en la Gran Muralla, Silvia en el Zen (el de Pío XII) y Amparo, Amparo Chen, con Tria, casi puerta con puerta respecto de donde comenzó todo.
Con apenas cinco años Amparo -por entonces Yajie- llega desde la ciudad-distrito del sureste, Tianhe, a una València de la que nada conocía. La Gran Muralla se transforma en su lugar en el mundo. Si hasta entonces estaba acostumbrada a que en su familia casi todos los episodios de vida se celebraran alrededor de una mesa, son las propias mesas las que pasan a protagonizar su vida. “Hacía los deberes en el almacén, celebraba mis cumpleaños, vivía aquí”, cuenta Amparo.