Valencia Plaza

En caja alta

Diego Cascarrabias

Conozco a uno de estos ‘creadores’ a quien le encantaría pasar a la historia del diseño, convertirse en gurú, aparecer en los libros de texto junto a Napoleón y Miliki o firmar autógrafos por la calle

VALENCIA.- Vanidad, egoísmo y diseño deberían estar reñidos de base y casi por definición. Es absurdo, como lo es que un administrador de fincas, un taxista o un fontanero sean vanidosos por el hecho de ser administradores de fincas, taxistas o fontaneros. Un diseñador es un profesional que ofrece servicios a la medida del cliente, no somos dioses, no curamos enfermedades, hay proyectos con los que conseguiremos hacer más felices a algunos usuarios y en ocasiones haremos dichosos a nuestros clientes, pero la humanidad no nos deberá nada; los mejores profesionales no serán recordados precisamente porque fueron buenos en su trabajo como diseñadores y, si se recuerda a alguno, será a los que pecaron de no saber ser versátiles.

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Pero los diseñadores nos damos premios entre nosotros, inauguramos exposiciones con nuestros proyectos, lucimos orgullosos nuestra última marca, cartel o silla, lo subimos a Facebook y esperamos que lluevan los likes. Exhibimos nuestro trabajo (más allá incluso de lo que lo hacen nuestros clientes) al público y con ello sometemos nuestro criterio profesional a que sea valorado por ‘no-diseñadores’, y cuando nos critican nos escudamos en que no lo entienden, infringiendo la primera norma del diseño. Nos volvemos vanidosos, desaparece el usuario final ‘no-diseñador’, comienza a salir a flote ese orgullo de creador y olvidamos momentáneamente lo que supone trabajar en una profesión proyectual.

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