El verano es -debe ser- terraceo, rastros de arena en los brazos y un libro gastado. La prensa del día, camisetas de algodón, dedos fríos y sal en la nuca. Escotes (sí, ¿qué pasa?), mucha carne a pie de calle y miradas de reojo allá donde no llega la prudencia; al verano (para qué engañarnos) sólo se le puede llamar verano en una hamaca, en un chiringuito, en una terraza.
Porque sí, ya me lo sé: los atardeceres en el Templo de Debod en Madrid y el aperitivo a media mañana, pateando Rue Saint-Honoré, la ría de Bilbao (qué bonita, en verano) y Vondelpark en Amsterdam, sin más timing que lo que dicte el corazón. Pero… ¿algo mejor en el mundo (perdonen el chovinismo) que el verano en Valencia? Las primeras terrazas, las copas de vino y la paella sobre la mesa, con el Mediterráneo de fondo...