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Valenciastán, qué demonios haces

Si en estos días de parón internacional un alienígena (otro más) aterrizara en nuestro estado de Valenciastán creería que el equipo va penúltimo en la tabla

16/11/2017 - 

VALÈNCIA. No sé qué es lo que provoca que los estados de ánimo futbolísticos tengan caídas pronunciadas y pasen de la euforia a la depresión en cuestión de horas, las que van de una goleada segura al Alavés a una editorial chapucera del querido presidente Anil. Imagino que es una cuestión sociológica.

Si en estos días de parón internacional un alienígena (otro más) aterrizara en nuestro estado de Valenciastán creería que el equipo va penúltimo en la tabla, que lo entrena Paco Jémez y que, valga la redundancia, está al borde del precipicio fatal. Sin atisbo alguno de ocupar la segunda plaza, de tener un avance sólido y una delantera electrizante. 

El valencianismo, a pesar de lo sospechado, tiene una virtud única para aislar sus realidades. En el estadio es ahora un ser esperanzado, jovial, con grandes dosis de colectividad en vena, seguro de sí mismo. En una junta accionarial, por el contrario, es ser rabioso, alicaído, bajo la incertidumbre de una directiva indescifrable. Club y equipo no siempre bailan la misma música. 

Lo lastimoso es que hemos perdido cerca de dos semanas de éxtasis en las que -gracias presidente- en lugar de celebrar la bonanza nos hemos refregado en la desdicha de una venganza accionarial absurda, cumpliendo el tópico de que cuando todo va bien orquestamos alguna polemiquilla para prevenir el exceso de azúcar.

Entiendo el estado de pánico ante el ‘anilazo’ como prevención ante los dislates; hemos vivido ya demasiados. Pero el jaleo acaba cuando empieza Cornellà, ese lugar donde los valencias aletargados solían palmar a la hora del mediodía. 

Hay equipos que ganan ligas teniendo temporadas desgraciadas, con entornos venga al lamento jornada tras jornada, atacando a su equipo hasta que, repentinamente, se dan cuenta que han ganado la competición e impostan las celebraciones. El propio Valencia levantó su última copa sin apenas experimentar fruición. Pero fue un caso aislado, normalmente este club cuando gana a lo lejos emite ingentes cantidades de felicidad en la cercanía de cada jornada. Es su manera innata de competir. Necesitamos emplearnos a fondo como para solo quedarnos con la superficialidad de un título. 

Está siendo una temporada bien feliz, no la saboteemos a pesar de la tentación. Las semanas de competición en las que todo fluye procuran un bienestar más firme que cuando se levanta un título. La gloria del mientras tanto. 

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