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opinión

Vendedores o vendidos

31/01/2020 - 

VALÈNCIA. Por mucho que queramos negarlo, la realidad nos dice que el Valencia, a lo largo de su historia, ha sido un club vendedor, más que comprador. Solo cuando lo han gobernado derrochadores salvapatrias, caso de Ramos Costa, Paco Roig o Juan Soler, el club ha competido con Madrid y Barcelona para arrebatarles futbolistas como Diarte, Romario o Joaquín a golpe de talonario. Pero el derroche nunca ha traído la felicidad al Valencia y los éxitos de la entidad se han sustentado, aparte de otros factores deportivos y técnicos, en una máxima capital en el fútbol contemporáneo: vender bien y comprar todavía mejor, es decir, vender caro y comprar barato y bueno.

Por ello, los buenos futbolistas que han militado en el Valencia siempre han estado expuestos a convertirse en objeto de deseo de los dos clubes más poderosos económicamente de la liga española. Y, desde Madrid o Barcelona, el mensaje que se ha intentado transmitir es que esos futbolistas deberían estar en sus clubes, porque es el destino de los grandes jugadores. De ahí que se inste, de manera más o menos directa, al Valencia a que los venda no por el precio que fija el vendedor, sino por el que elige el comprador. La colección de portadas de diarios deportivos madrileños con jugadores del Valencia vestidos de madridistas (dando por hecho su traspaso en las condiciones solicitadas por el club capitalino) debería de ser obligatoria en las facultades de periodismo para enseñar qué es lo que no se tiene que hacer en dicha profesión y como ejemplo del servilismo de los medios de comunicación a los intereses de un club.

Otra cosa es que esos buenos futbolistas se hayan ido o no del Valencia. Ahí entran en juego factores como la identificación del jugador con la tierra y el club, la situación personal o las condiciones de la marcha. No hay nada que reprocharle a un jugador que se va para mejorar sus condiciones económicas, de la misma manera que tampoco hay que convertir en héroe al que se queda porque en su escala de valores es más importante el confort que el dinero. El fútbol, al fin y al cabo, es un trabajo, por muy bien pagado que esté, y nada hace un futbolista que no haga un currante de la calle cuando le ofrecen mejores contratos.

La condición de club vendedor del Valencia se ha acentuado en los últimos años a medida que se ha globalizado el mercado. En primer lugar porque la entidad valenciana ha quedado fuera de esa élite de clubes que se intercambian futbolistas a precio de oro como si fueran una sociedad secreta impenetrable y exclusiva. Aparte de Madrid y Barcelona, a esa sociedad pertenecen clubes como el Bayern, el Paris Saint-Germain, la Juventus, el Inter o la clase alta de la Premier, que se van cediendo y traspasando jugadores unos a otros a precios inalcanzables para los demás. En segundo, por los discretos resultados del equipo, que le han hecho perder prestigio entre la elite futbolística europea y alicientes para los futuros fichajes de postín.

En fin, el Valencia es un club vendedor, pero ha aprovechado esa condición para sacar rendimiento de sus traspasos y, si cuando ha hecho bien las cosas, potenciar la plantilla. El equipo que alcanzó dos finales de Champions, un escaparate para la elite europea, vendió bien a sus figuras y consiguió, pese a ello, revalorizarse para construir el conjunto que ganó dos ligas y una Copa de la UEFA. Por contra, el Valencia de finales de la primera década de este siglo fue desprendiéndose de sus estrellas pero no armó un equipo para seguir aspirando a estar entre los mejores.

Es el sino del fútbol moderno y, con la actual propiedad (en la que, no lo olvidemos, participa activamente un agente de futbolistas), la compraventa de jugadores parece tener un sesgo interesado. El mejor ejemplo lo hemos vivido esta semana, cuando hemos visto que a Rodrigo Moreno solo le falta salir al campo con una camiseta que ponga “Se Vende” en su frontal, como si fuera un saldo de la cuesta de enero. El rocambolesco episodio de la frustrada venta del hispanobrasileño al Barcelona, ha dejado clara la ausencia de una estrategia de ventas y compras más allá del rédito instantáneo, con Anil Murthy, más chulo que un ocho (sobre diez) desplazándose a la ciudad condal para vender de cualquier manera al delantero en compañía de Jorge Mendes, mientras el director deportivo se quedaba en Valencia ajeno a la operación.

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