VALÈNCIA. Huyo de guerras civiles twitteras y de dar lecciones a nadie que, a su manera, sufra al Levante. Para mí, dejar de ir al Ciutat o no aprovechar la promoción -pública en un error de tiempos en medio del globo por el ridículo del equipo en Tenerife- en las dos últimas tardes que, ojalá, le queden a Orriols esta temporada... es un error. La hinchada de este club -y, en realidad, casi todas las fieles del país- se ha ganado el derecho a decidir. Por supuesto. Los carnets granotas no se reparten según el nivel de los decibelios en el enfado de cada cual cuando vio al equipo 'pechear' en el Heliodoro. Pero hay que estar. No por coger el remo de nadie, sino porque no hay más remedio. Ir, silbar, gritar, animar o callar, pero estar.
Así he vivido siempre la pasión por el fútbol desde que tengo uso de razón. Y, además, creo que así será, que el lunes el Ciutat volverá a mejorar su imagen. No se llenará el estadio -de hecho, tampoco lo hizo según La Liga en la visita del Alavés aunque se colgara el 'no hay billetes'-, pero hará ruido. Sin olvidar, claro. Lógico que la promoción para el partido del Ibiza no haya tenido la acogida de la última vez: ni el momento de sacarla fue el óptimo ni tampoco el equipo ayudó a encontrar uno que sí lo fuera. En el deporte, el apoyo se genera en el departamento del campo, no solo en el de marketing. En el área de goles y ganas. Ahí es donde había que ayudar a llenar otra vez Orriols y no se hizo. Pero al final, cuando enjabonas los ánimos, quedan los de siempre. 'Todobuenistas' o aquellos que irán a regañadientes, pero irán.
Lo pronunció Javi Calleja en el postpartido, también Pepelu ayer. Y, en realidad, no pueden hablar de otra cosa. Como se suele decir, es lo que toca, pero vender el 9 de 9 por el ascenso -incluso, si me apuran, el 6 de 6 una vez se consiga ganar al Ibiza- es rayar la frivolidad. No es la primera vez. Hemos pasado de las '10 finales' -de las cuales, de momento, solo se han ganado dos- a la carrera de los últimos quince puntos. Esa empezó bien, pero ya hay bandera roja a los tres. Ahora no valen los números, fundamentalmente porque si me obligaran a apostar todo mi dinero lo jugaría a que el Levante no hace ese pleno. Y como yo, vistas las sensaciones, el grueso del levantinismo. La buena versión ante el Alavés fue un espejismo. Lo temí y me lo acabé comiendo.
Sin embargo, sí creo que, a pesar de que el Levante hoy lo tiene en chino, el resto tampoco funciona precisamente con puntualidad suiza. Confío más, lamentablemente, en que Eibar o Granada, con su calendario en la mano -igual de aparentemente asequible que el granota, por cierto-, sí firmen ese pleno al nueve. Sí, pero no mucho. Que lo hicieran significaría ir de cabeza a la piscina del playoff hagan lo que hagan los de Calleja. Y que el Levante no es fiable no es ningún secreto, pero que los demás no son ningún reloj, tampoco.
Lo que sí está más claro es que, se consiga o no el ascenso, la temporada del Levante ya toca la decepción. Digo toca porque la línea que separa el fracaso y el éxito la marcará estar o no en Primera la próxima temporada. Tanto que todo apunta a que, pese a los tres meses de desnorte, Calleja continuará en el banquillo de Orriols si cierra el objetivo. Sería en una competición completamente diferente y con muchos otros jugadores a sus órdenes. Sobre todo, con una pretemporada a preparar y una plantilla diseñada más a su semejanza que la de cualquier otro técnico dentro de las posibilidades. A Felipe Miñambres le costará prescindir de su tercer entrenador y segundo proyecto desde que aterrizara en Valencia si celebra un ascenso. Como sea: en la última jornada de la liga regular o en el playoff en el último suspiro de la prórroga.
Pase lo que pase habrá que hacer una revisión de cómo una temporada que el técnico arregló con mano de santo está acabando por convertirse en un río revuelto donde cada día es más difícil echar el remo. Y las lesiones cuentan, por supuesto. Por eso mismo, después de otra temporada de pesadilla en la enfermería, el análisis habrá de ir mucho más allá de rachas históricas, jugadores de cantera infrautilizados o inmóviles planes de partido.