¿Por qué en el día propicio para hacerle la cama al entrenador, ante el rival que todo el mundo esperaba encajar una sonora derrota, existiendo el caldo de cultivo ideal para esconderse tras un cadáver, este equipo salió a Balaídos y se trajo un triunfo aplastante?
VALENCIA. Menudo misterio. Anda la city haciendo cábalas para tratar de explicar qué sucedió en Balaídos, ese terreno yermo y triste sobre el que estaba previsto dejar un joven y bonito cadáver. A mayor gloria de intereses espurios. Pero lo que quedó fueron botellas de cava por descorchar -menudo desperdicio-. Así están hoy los gurús, tranquilos como estaban ellos en sus cabañas de madera, danzando como locos intentando averiguar qué dicen los huesos.
Tal vez, más que a los huesos de pollo, habría que preguntarle al hermanísimo, vía portada, como en las güijas, a ver qué opinan los espíritus en esta ocasión y continuar con el show.
En lugar de realizar extraños análisis para tratar de averiguar el origen de la sorpresa -algunos tan heavys que al acabar de leerlos/escucharlos te aborda la sensación de que en lugar de ganar 1-5, el Valencia perdió 7-1- habría que analizar lo que no sucedió. Que se me antoja mucho más importante que lo sucedido.
¿Por qué en el día propicio para hacerle la cama al entrenador, ante el rival que todo el mundo esperaba encajar una sonora derrota, existiendo el caldo de cultivo ideal para esconderse tras un cadáver, este equipo salió a Balaídos y se trajo un triunfo aplastante? Deberíamos reflexionar sobre ello.
Y también, ya que nos ponemos, sobre ciertas actitudes. Como la de esos dos tipos acomodados en el palco y casi despelotados ante un estadio irascible, en contraste con las caras que ponían el resto de acompañantes, que eran como si les estuvieran escupiendo a ellos. Tal vez, baste con leer a Mustafi y degustar sus declaraciones tras Vigo. O quedarse con aquel gesto de un chaval de 19 años, que al anotar su primer tanto en su tercer encuentro en Mestalla, se llevó la mano a la oreja preguntándole a la grada, para entender ciertas cosas y desmontar algunas otras.
Aunque hayan intentos de vender una fractura interna, este vestuario, si tiene algo, es corazón. Y salvo un par de elementos que deberían ser expulsados -cuidado que no hayan sido recriminados ya por la manada-, se me antoja más sano que la dieta mediterránea.
Hablar sobre qué pudo ocurrir en las horas previas a Balaídos -o incluso durante el mismo descanso- es entrar en el terreno de la especulación. Pero entremos en él, oiga. Porque bien habrá valido la pena todo lo ocurrido si sucedió una sentada grupal a modo de terapia, para resolver entuertos y regresar a lo que este equipo sí sabe hacer, abandonando conceptos marcianos. Pudiendo dejar claro en esa charla cara a cara que aquí son todos uno, y el que no quiera entenderlo que coja sus bártulos y se marche a otra parte.
Pero todo esto no lo sabremos hasta que vuelvan los partidos, la prueba del algodón que determinará si lo del domingo fue un accidente, o por contra, este vestuario, en lugar de apostar por lo sencillo y dejarse llevar por la corriente, decidió reivindicarse, que es lo que hacen los vestuarios que quieren ganar en lugar de conformarse con quedar por folclórica en desuso: curarse a sí mismo mirándose a los ojitos. Si es lo primero, seguimos teniendo un problema. Si es lo segundo, acaba de tocarnos la lotería.