VALÈNCIA. No me da el cuerpo para tantas emociones tan intensas. Estoy encantado, flotando en la nube más frondosa que el valencianismo ha tejido para sí. Sin duda, necesitábamos este chute de adrenalina y emoción valencianistas, porque estábamos un poco conformistas, quedándonos en el cuarto puesto de todo, para bien y para mal. Hemos vuelto a ver qué grande es este club, qué luz destellan sus más célebres e históricos emblemas, la capacidad de levantarse una y otra vez, de tocar el cielo y el infierno, pero siempre con una garra y una impronta indiscutibles y reconocibles. Me encantó ver la mala leche del Kily, el orgullo y consistencia de Miguel Ángel Angulo, la destreza de Vicente, la furia y saber estar de Marchena y Albelda, la contundencia de Camarasa, Voro y Giner, la personalidad de Cañizares, la elegancia de Fabio Aurelio, la chispa del Piojo, la entrega de Rufete, el toque de Fernando, la jerarquía de Arias, la carrera inigualable de Mista, el sello que te deja este club para que Di Vaio— tan efímero en su paso— se emocionara de nuevo en este campo tan mágico, etc. ¡Qué decir! Cada década y su título: Kempes, eje de un espíritu humilde pero grandioso, Claramunt destilando emoción en su mirada, los ausentes Pasieguito, Puchades, Waldo…no sabría con qué quedarme, porque son cien años de intensa historia. Pero la pregunta es ¿y ahora qué?
¿Se habrán dado cuenta algunos futbolistas del presente la grandeza del club que les paga? ¿habrán sentido la intensidad del latido del valencianismo? Que lo piensen cada vez que bajan del autobús en algún punto y ni se dignan a saludar a su afición porque van con los inmensos cascos puestos o mirando su móvil, flotando en su vaciedad real, pues sin ellos y ellas (la afición) nada son y nada serán, como tan claramente lo ha demostrado la historia. Cada vez que vean niños que han ido a los campos de Paterna y no se paren ni medio minuto a hacerse una foto (y no les pasa nada si se bajan de coche) con ellos, que piensen en lo mucho que echarán de menos tanto cariño cuando ya nadie les recuerde y no les pidan ni la hora. Me canso del dandismo a deshora, de la tirantez presuntuosa: a muchas de esas leyendas que han llenado tantas noches de magia en Valencia los conocí yo cuando era un auténtico chaval y desde entonces forjé gran amistad, que dura hasta hoy. Tenían otra manera de ver su paso por el Valencia, eso lo tengo claro. Y para eso sirve la historia y la voz de los más veteranos en un vestuario: para dejar constancia de que esta afición quiere a los suyos al mismo nivel que les exige y que no te puedes acordar solo de la afición cuando a ti te da la gana, porque ellos no te dejan o te animan cuando les da la gana, sino siempre.
Me preocupa que cada década ha tenido su éxito, y esta que estamos viviendo ahora parece un lunar en tan brillante expediente histórico, pues estamos bordeando la inusitada realidad de pasar dos lustros sin rascar título alguno. Da que pensar, la verdad. No sé si es mentalidad o es que el cambio paradigmático de este deporte se nos ha llevado por delante y hemos sido incapaces de leer bien la jugada. Sea lo que sea, es cierto que nos falta algo todavía para que podamos seguir haciendo más glorioso este club, porque los futbolistas no tienen la obligación de hacerlo más grande, pero sí de hacer que su tradición, al menos, no decaiga. Esa sí es una responsabilidad de los Parejo, Rodrigo, Gayá y compañía. También de su técnico, claro está. Y esto no se negocia ni se disfraza: todo lo que sea hacer que el estandarte decaiga es deshonrar tu escudo y fallar a tu profesión: lo demostró la marcha cívica del lunes 18 de marzo, donde los más grandes jugadores de este club portaron su bandera sin desfallecimiento, hasta sus últimos pasos. Es una metáfora y no lo es, porque la actual plantilla debería preguntarse cuántos de los que hoy han visto relanzada su carrera como futbolistas serían llamados a un acto de este calado simbólico. Ahora creen que esto no les importa, pero cuando pasen los años se darán cuenta del valor de estas cosas, sin duda. Y será tarde, muy tarde.
Entonces, hay que saber a dónde queremos llegar ahora que sabemos de dónde venimos y quiénes somos. También cabe preguntarse cómo queremos hacerlo. Si nuestro objetivo es, como mucho, satisfacer los objetivos mínimos (por presupuesto, digo) o si queremos poder levantar la mirada con el orgullo que te da el haber cumplido con la Historia y no permitir que la grandeza de este club decaiga hasta la más anodina sombra de lo que un día fue: la afición está a la altura ¿y los demás? Ahí está el misterio, la incertidumbre, el temor, pero también la esperanza y la ilusión. Por tanto, cuando salgan a jugar con ese escudo y sepan que miles de aficionados están en el campo o con los auriculares oyendo la radio o viendo la televisión, que piensen (quienes están al frente de este club en todas sus parcelas) que los demás han cumplido sin decaimiento en su entrega y den un paso adelante y digan:… y ahora, yo.