VALÈNCIA. Se escurre el equipo, agarrándose con uñas y dientes muy jóvenes, casi de leche, a la primera división. Amenaza la oscuridad. Cerca el hambre y no hay recursos más que para comprar migajas. El club es como un noble que, arruinado, solo conserva su título nobiliario. Es la era de Meriton, la de Peter Lim. Son los años de plomo del murciélago. Su amarga decadencia. Es la cadencia de la decadencia.
Mestalla es como una plantación después de la llegada de una plaga de langostas. Antes fue una hermosa civilización, ahora lleva camino de convertirse en una tumba. Le han administrado cicuta.
Hay diferentes formas de combatir el gobierno de Meriton en el Valencia, de protestar contra la tendencia hacia la mediocridad, de rebelarse ante el cenagal en el que han convertido la vieja acequia de Mestalla. La vía de los juzgados, la del ardor en las calles, el grito en el minuto 19 en el cuenco del estadio, los cánticos en la avenida de Suecia, el vaciado del estadio, el hastío, la desafección, el abandono, la renovación del abono pese a Lim... Todas lícitas, todas respetuosas.
En tiempo de plomo 38.500 aficionados han renovado su abono. Su militancia alimenta al parasito de Singapur, que se nutre del sentimiento, el mismo que este curso poblará el graderío del coliseo. La panza llena de Mestalla ceba la panza del insecto y así es más difícil erradicarlo. Es un bucle perverso, pero no hay otra salida.
Pese a que Meriton se alimenta de esa pasión, parte de esos 38.500 han decidido mostrar su rechazo al tirano poblando las gradas con carteles amarillos, con cánticos, con gritos, con silbidos, agitando bolsas blancas... Zumbando como un panal de abejas. Optan por el ruido, mucho ruido, contra el palco, pero alentando al equipo.
Porque un equipo tan imberbe, sin cicatrices, uno con la piel tan fina como el que conduce Rubén Baraja, sentenciado a cadena perpetúa por la indiferencia o la venganza de su propietario, está doblemente condenado sin el aliento de su gente en el cogote.
Entiendo la deserción, el abandono del pase, por supuesto, pero me inclino por redoblar el compromiso, por encender la caldera de Mestalla cada 15 días, por mantener el pendón en primera, porque es la única salida para escapar de la sentencia que se firmó tan alegremente en 2014. No hay otra salida.
38.500 abonados en tiempo de plomo. Todo mi respeto y mi admiración.