Hoy es 4 de octubre
Pero la renovación de Carlos Soler es una de esas cosas que, aunque son poquito, nos reconcilian con la patronal, con el que manda. O que, simplemente, el que manda ahora es otro. Mateo, por ejemplo...
VALENCIA. Que sí. Que como dijo Johan, un palomo no hace verano. Y habrá que esperar a que llegue el verano de verdad para poder constatar si el cambio es real o una cortina de humo más. Pero la renovación de Carlos Soler es una de esas cosas que, aunque son poquito, nos reconcilian con la patronal, con el que manda. O que, simplemente, el que manda ahora es otro. Mateo, por ejemplo. Porque los dedos señalan y los ojos miran al mallorquín como principal responsable del cambio que experimenta la entidad en materia de toma de decisiones.
Primero fue Marcelino, ahora Soler. Y después será, dicen, Lato. Cosas bien hechas. Con trellat. Y luego vendrá la verdadera prueba del algodón, negociar las salidas. La patata caliente de verdad. Pero claro, se ha hecho tan poco durante estos dos años en el Valencia que estos primeros pasos de la Administración Alemany no hacen otra cosa que mirar con optimismo el futuro cercano. Y se confía en sacar lastre. La afición quiere que la mano que mece la cuna cobre facturas a aquellos que no entendieron el Valencia como lo que es. Un gran club que merece el respeto de todos los que vistan su camiseta. Y el respeto se demuestra no andando. En el campo. Andando solo el movimiento. Hacía la puerta de salida. Y no soltando delante de un micro sandeces tópicas de manual. Está claro que todos aquellos que dejen el Valencia en el fondo les dará igual. Unos han venido para conocer la ciudad. Otros para tener unas vacaciones pagadas y algunos más les daba igual Valencia que Cornellá, ya que el fin era seguir en la rueda y buscar un destino mejor cuando vengan mejor dadas. En definitiva, faltos de compromiso. Como era el club desde los despachos. O, al menos, desde los despachos donde se toman las decisiones importantes.
Compromiso. Acierto. Y una dosis de fortuna. Esas cosas son las que hacen falta para cuajar proyectos. Y decidir con tino. Miren, dos ejemplos: Nani y Boateng. Observen el resultado de uno y de otro y compárenlos. En principio era más atractiva la llegada del caboverdiano a Mestalla que la del ghanés a Las Palmas. Pero, al final, la profesionalidad salió del que menos pinta parecía tenerla intacta. Y ya puede decidir que hacer con el final de su carrera, porque ha retomado las riendas de ella. Y podrá seguir disfrutando del fútbol sin presión en las islas, o buscar el penúltimo reto. Nani, China, Turquía, otra vez, o volver a Portugal serán sus destinos a poco que Mateo y Talín jueguen bien sus cartas. Y parece sensato, visto lo visto, el listado de jugadores candidatos a reforzar. Sin alardes. Sin estridencias. Hombres, no nombres. Manido recurso, pero válido tantas y tantas veces. Y más si los mimbres los hace un cestero experimentado como Marcelino.
Por eso es fundamental la proximidad y la exigencia. Porque si no están presentes, cualquier gestión está abocada al fracaso. Hay que respirar club, sentir club y vivir club. De manera profesional, que la más fría de las maneras, pero la más sensata. Aquí, por no ser fríos, se han echado a entrenadores de madrugada, con los verdugos vestidos con capucha. O cosas peores que ahora no vienen al caso. Porque tenemos el hype subido a tope. Toda la semana. Entera. Sin paréntesis por el fútbol. Que sí, que no valen nada esos tres puntos ya. Pero siempre nos alegramos cada vez que el Valencia gana. Aunque sea un amistoso. Aunque sea un intrascendente. Porque en esos partidos donde los puntos no están o son de chocolate, está la esencia de las razones para volverse a ilusionar de verdad.
En esas decisiones donde el club vuelve a ser serio. Y respetuoso con aquellos que dieron un paso al frente cuando lo fácil era dar el paso hacía atrás. En abrazar al marcelinismo, en agradecer a Voro, en renovar a Soler, a Lato y a quien lo merezca y en purgar, en consonancia con el entrenador, a quienes no estuvieron y que ahora, con los brotes verdes, no se les espera.
Soler tiene, desde ayer, 80 millones de cláusula de rescisión. Y nosotros, 80 millones de razones para volvernos a ilusionar. Bueno, igual no tantas, pero seguimos con el hype subido. Que le vamos a hacer.