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13 de noviembre / OPINIÓN

¿A alguien le importa este desastre?

15/02/2022 - 

VALÈNCIA. La peor sensación que puede tener un aficionado es sentirse extraño en su propia casa. Que la indiferencia maneje los hilos de los sentimientos de una grada sin fuerzas hasta para protestar. Es angustioso. Duele mucho. La deshonra ha terminado por normalizar la ruptura en todos los aspectos. El Ciutat vivió el enésimo esperpento ante un Betis que hizo lo que quiso sin apretar el acelerador. Un caos. Impotencia. Demasiado fácil para uno de los equipos más en forma del continente. No olvido aquel “nos van a tener que matar para bajar a Segunda” que públicamente manifestaba el presidente Quico Catalán en una de sus últimas comparecencias. Hace bastantes semanas que unos cuantos son cadáveres que deambulan por el campo al estilo The Walking Dead, pero totalmente inofensivos. Un ejercicio incompresible de vulnerabilidad traducido en tres derrotas injustificables después de creer en el ‘sí se puede’, con un estadio que lo entonaba al unísono, cuando se venció al Mallorca de Luis. Pero lo que ha quedado es la sensación de que aquel único triunfo de la temporada fue más por suerte que por méritos propios.   

Al desastre deportivo puramente clasificatorio (11 puntos de 69 posibles y colistas por décima jornada consecutiva tras el último sonrojo), se une el ninguneo a unos valores innegociables por parte de unos futbolistas que lucen este escudo, pero no lo representan con sus acciones. No va por todos. No hace falta poner nombres, es evidente y el Ciutat lo dejó claro con sus reacciones. La afición es inteligente y premia al que se lo merece. Lástima que sean poquitos los que se salvan de este despropósito. Es de locos, además de otra demostración evidente de la vergüenza que siente el granota de base, que la mayor ovación se la llevara la parroquia del Betis al final del partido cuando entonó ‘Levante es de Primera’. Esa condescendencia refrenda que damos pena.

Hacía muchísimo tiempo que no sentía un nivel de animación de esta magnitud en el rival. Cuando las cosas se hacen bien y salen tan rodadas, la identificación es absoluta, sin fisuras. También ayudó que se vendieran más entradas de lo habitual y se ampliara la zona visitante, ocupando unos cuantos asientos de Gol Alboraia. No comprendo que se dieran tantas facilidades para que el Ciutat pareciera el Villamarín si es que aún se creía en el milagro de los milagros. Desde dentro deberían pensar los motivos por los que muchos abonados dejaron su pase a simpatizantes del Betis porque hubo unos cuantos más desperdigados por la grada. Un detalle que habló por sí solo es que el  bufandeo en el minuto 19:09 lo hizo más la afición verdiblanca que el resto del campo.

El domingo me marché del estadio pensando si la deriva que vive el club le importa a alguien más que a los que pasamos nuestro pase por el torno con la ilusión de que la historia cambie y volvamos a casa con una sonrisa. Ni reaccioné a los tantos de Dani Gómez (un delantero que por activa y por pasiva pidió salir en invierno) y acepté resignado cada zarpazo del Betis, sin sorprenderme lo más mínimo porque estos horrores los hemos digerido una y otra vez. El Ciutat vive en una anestesia absoluta. No hay energía ni para evaluar el examen que se autoimpuso el presidente para final de temporada. Ni tampoco para abroncar lo suficiente a una plantilla que encadena ridículo tras ridículo. Si cogiéramos los últimos 38 partidos de Liga (desde el 0-2 en el Wanda del 20 de febrero de 2021 al 2-4 del Betis del 13 de febrero de 2022), lo que equivaldría a una temporada entera, el Levante solamente ha ganado cuatro partidos (Atlético, Eibar y Valencia, los tres con Paco López, y el único de este curso con Alessio ante el Mallorca) para un total de 25 puntos de los 114. Normal el desencanto. Un drama mayúsculo.

Quedan siete encuentros en Orriols (Elche, Espanyol, Villarreal, Barcelona, Sevilla, Real Sociedad y Alavés) y la fuga de aficionados va a ir en aumento si internamente no se echa el freno y se incentiva a los que más sufren. A lo mejor no preocupa lo más mínimo que parezca que todo el mundo haya bajado los brazos. Por lo menos hay que aparentarlo. No concibo que se asuma el peor desenlace posible de esta manera. Ojo, creo que ha quedado claro que no lo digo por la afición, que aunque esté hasta el gorro de todo lo vivido y no reciba absolutamente nada, va a seguir respondiendo y tendrá toda la libertad del mundo para expresarse como le venga en gana. Que pite de manera individual como el domingo a Róber Pier, Vezo, Melero o Soldado (que lleva más expulsiones que goles) o a los que considere que se lo merecen, o a todo el equipo como en el descanso o tras el pitido final. O que aplauda a los que se queden en el círculo central, que normalmente suelen ser los que más sienten (o es lo que se supone) esta situación, aunque ya veremos cuántos de ellos seguirán el año que viene en Segunda.

En el proceso de reconstrucción que ahora liderará Felipe Miñambres (llegó el sábado, conoció a la plantilla en el hotel de concentración, se reunió con Alessio, el domingo comprobó que tiene muchísima faena por delante y el lunes se despidió con honores del Celta), más importante incluso que conformar un proyecto deportivo sólido y profesional, es esencial conseguir que la masa social no se baje del carro y para eso hay que dar motivos y dejarse de exigencias y llamamientos. Porque el Levante somos todos. Porque estos colores no entienden de categorías. Hay muchos aficionados de contexto, esos que se unieron a esta pasión granota en la máxima categoría por disfrutar además de los transatlánticos del fútbol español, que se apartarán y lo entiendo perfectamente porque no creo que sientan la esencia más auténtica. La cuenta pendiente va sobre todo con los que siempre están y resistirán pese a todo y contra todo, pero no a cualquier precio. Los que no tienen miedo a enfundarse el mono de faena y embarrarse para coger impulso y ayudar a volver a la élite; esos que han conocido al Levante fuera de los focos que más relucen. Vuelvo a pedirle al club que libere la obligatoriedad de asistencia para la renovación de abonos, que no haya penalización para el curso que viene.

Muchas veces he reclamado en estas líneas autocrítica, reconocer los errores, sin enmascararlos en excusas que ya no compra nadie, principalmente en la figura del presidente. Es justo y necesario extenderlo a los jugadores, que han vivido muy cómodos detrás de la protección oficial. Es el momento de que se muestren en todos los medios de comunicación, sin condicionantes, del primero al último, a pecho descubierto, que salgan a la palestra, que pidan perdón, que hablen de su futuro, que demuestren si están identificados o no, que no se pongan solamente delante de los micrófonos después de cada partido caótico porque están obligados o en esos intervalos de tiempo de cada ‘tournée’ de entrevistas que propone el club a su elección. Menos mensajes vacíos y dentro del patrón típico que rodea al mundo del balón. Y, sobre todo, que no sean siempre los mismos los que den la cara. La exposición pública antes y después de cada jornada no debería reducirse al entrenador, a los capitanes y a la solución fácil que es sacar al que ha marcado el gol de turno. Lo sé, es un sueño idílico. Reconozco que a veces siento que vivo en los mundos de Yupi, pidiendo cosas que parecen imposibles en este fútbol moderno, pero lo veo necesario para empezar a contribuir a curar las heridas de una temporada humillante para el levantinismo.

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