VALÈNCIA. Vicente Amigo ha cumplido este año tres décadas de carrera musical en el vasto territorio, siempre tumultuoso, de la genialidad. Más allá de interpretaciones y sospechas, ha mantenido intacta la admiración del público a pesar de lo que es capaz de erosionar el tiempo. Por encima del éxito incuestionable, aún parece estar en vísperas de todo. En las últimas luces de 2017, se sentía especialmente satisfecho por el reconocimiento de los Grammy Latinos a su trabajo más reciente, Memoria de los sentidos, y el más flamenco de entre los últimos.
De su crianza en la escuela de El Merengue, primero, y de Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía, después, surgió un estilo inconfundible con un matiz de incertidumbre que le ha obligado a cargar una piedra cuesta arriba, como Sísifo. Con Memoria de los sentidos ha reconciliado a los adeptos y a los críticos de lo nimio. Lo demuestra el hecho de que regrese a València (viernes, 16 de febrero, Palau de la Música) con un espectáculo con el que llenó el Auditori de Torrent hasta la bola el pasado curso. Vicente Amigo es lo que sabemos que es: la voz un segundo antes del labio, calma y arrebato, dueño del compás.
- Badajoz, Las Minas, el Ramón Montoya... esas fueron tus primeras conquistas mientras dabas tus primeros pasos con la guitarra. ¿Cómo se consigue mantenerse sin vulgarizar las exploraciones en otras músicas ni matar la originalidad?
Se aprende a tener respeto por lo que tienes entre manos. Realmente, es un motivo para no dormir. No dejas nunca de aprender. Es día a día, medirte contigo mismo.
Es un poco estresante algunas veces. Bastante, diría yo. Dependerá de la persona, pero en mi caso siempre tengo muchas preocupaciones por que mi trabajo salga bien, como yo espero. Por un lado, disfrutas cuando estás ahí, en el escenario, y te sientes libre. Pero por otro, la espera es dura. Siempre es una incógnita.
- ¿Después de oírte tanto, qué has aprendido de ti mismo?
Me tengo ya un poco calao. Esta es una carrera constante. Ya te digo: el aprendizaje es un refugio, la mejor forma que conozco de estar en paz con el mundo. Aprendo de los demás: escuchando otras músicas, fijándome en otros intérpretes. De lo que se trata es de empaparte de su sentir y de su pensar.
- Es llamativo que, siendo este el país de la guitarra, tenga tan poco protagonismo en la programación de los festivales.
Es curioso. Quizás en todo el mundo la música instrumental está un poco por detrás de las formaciones en las que se canta. Yo no me puedo quejar y creo que poco a poco hay más presencia de música instrumental en los festivales. Los clásicos puede que sí tengan más razón para quejarse; los flamencos estamos ascendiendo.
- ¿Qué público te parece más pelma, el que va a grabar el concierto y no lo ve o el desmesurado con las palmas y el pateo?
La emoción hay muchas formas de manifestarla: unos, con silencio; otros, llorando; otros, haciendo palmas... Cuando es una emoción verdadera y no es para llamar la atención, no es algo que moleste. El que graba sí me molesta. Y creo que a cualquiera.
- Ahora está todo en YouTube, menos la atmósfera caliente de los tablaos de antes donde se aprendía, se compartía. ¿Cómo se transmite el flamenco a través de las pantallas?
A veces con YouTube se pasan bastante. El hecho de que alguien grabe todo un espectáculo, sin permiso, me parece atentar contra la intimidad del artista y de los asistentes. Sin embargo, es una muy buena herramienta para aprender. El que quiere colgar algo suyo, lo hace. En internet está todo. Lo que no sabemos es si seremos víctimas del progreso y si llegará el día que nos atrape. Es una forma de crear una pequeña guerra de intereses.