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análisis | la cantina

Ángela Salvadores, un regalo no demasiado productivo

18/11/2022 - 

VALÈNCIA. Creo que al baloncesto puedes ir de tres formas: como implicado, si eres jugador, entrenador, directivo y hasta periodista; como militante, fundamentalmente los aficionados que por encima de todo quieren que gane su equipo, o como un simple espectador. Yo ahora soy espectador. Y eso te resta pasión pero te da otras cosas. Te da, por ejemplo, Ángela Salvadores. Los implicados y los militantes no son sus mayores fans, puesto que es una jugadora enfocada al ataque y muy individualista, pero los espectadores disfrutamos de ella porque tiene una clase excepcional. Yo hay días que veo tres gestos técnicos y un par de lanzamientos suyos y ya me voy contento.

Salvadores carga una pesada cruz desde hace ocho años. En el verano de 2014 jugó la final del Mundial sub17 con la selección española. La asturiana, aunque también es un poco leonesa, metió cuarenta puntos para redondear un campeonato colosal (19,9 puntos, 7,4 rebotes y 3,6 asistencias por partido). Aunque España perdió ante Estados Unidos y la niña lloraba después de la bocina mientras explicaba que ella hubiera cambiado esos cuarenta puntos por la medalla de oro.

Aquella actuación fue tan impresionante que comenzaron a lloverle los reconocimientos: MVP del Mundial, Jugadora Joven del Año en Europa, Premio Revelación, que recogió de manos de la reina Letizia, en los Premios Nacionales del Deporte… Una adolescente convertida en una estrella. Aquello, esa inusual capacidad para meter puntos, pudo degenerar en un vicio muy común en sus entrenadores: que defienda a la más floja y se centre en anotar. O montemos una falsa zona y protejamos así sus carencias defensivas.

Y así fue como aquella chica portentosa no creció lo que podría haber crecido. La niña que se formó en el Maristas San José de León, que se hizo jugadora en el CB Aros y que dejó su casa con catorce años para marcharse al Segle XXI de Barcelona, asustada por si su hermano pequeño, Fernando, que tenía solo cuatro años, se olvidaba de ella, se acomodó. Luego vino aquella aventura frustrada en la NCAA cuando se mudó a Carolina del Norte para jugar con la universidad de Duke. Aunque aún tuvo tiempo de ser campeona de Europa sub18 y sub20 con España. Pero no terminaba de cristalizar como la gran estrella del baloncesto español que parecían anunciar aquellos cuarenta puntos ante Estados Unidos.

Salvadores lo intentó por todas partes. En España, con el Perfumerías Avenida, pero también en Hungría, Italia y Turquía. En Hungría, en el Sopron, coincidió con Roberto Íñiguez. El mejor entrenador español la caló enseguida. La apuntaló como sexta jugadora y ahí brilló hasta alcanzar la final de la Euroliga después de meter 17 puntos en las semifinales. Pero entonces la escolta reclamó más protagonismo, un rol en el que no era tan brillante, y acabó yéndose al modesto Ensino Lugo. En ningún equipo, de hecho, ha cuajado como líder.

El año pasado, Esteban Albert decidió jugar a la lotería con ella. Podía ser un gran fichaje, también un gran fracaso. Pero creo que no es ni una cosa ni otra. Esta temporada el equipo la ha necesitado más por las lesiones y las ausencias de sus compañeras, y se ha implicado más en lo que peor hace: la defensa y el juego colectivo. Y encima, con más minutos en la cancha, ha tenido días ofensivamente fastuosos.

Ángela viene de una familia de deportistas. Sus padres jugaron al baloncesto. Ella, Ángela Álvarez, llegó a la LF2 con la Universidad de Oviedo, y él, Jorge Salvadores, alcanzó la Segunda División con el CB Vetusta. Ángela es la segunda de cuatro hermanos que, por empeño de su madre, nacieron en Asturias, en Oviedo, aunque la familia creció en León. Allí la primogénita, Victoria, eligió el atletismo y llegó a ser muy buena de la mano de José Villacorta, un entrenador que también conoció a Ángela cuando era una niña fuerte y muy coordinada que, parece ser, llegó a ser campeona autonómica de Castilla y León en salto de altura.

Victoria se fue a estudiar Medicina a Oviedo y ahí paso a entrenar con Carlos Rionda. La mayor de los Salvadores, que era especialista en los 3 000 m obstáculos, llegó a ir a un par de Europeos de cross (sub20 y sub23) y uno de pista (sub23), además de proclamarse campeona de España sub23 en Soria y subcampeona en Torrent.

Ahora, a sus 26 años, está haciendo el MIR en Sevilla y, guardia va, guardia viene, apenas encuentra tiempo para entrenar. Pero en su carrete de fotos del móvil hay varias fotografías en las que sale su hermana Ángela felicitándola por sus éxitos. El tercero de los hermanos, Jorge, ha llegado a jugar en la EBA, y el pequeño, Fernando, también compagina el baloncesto con el atletismo, como la jugadora del Valencia Basket, que ya tiene 25 años y todo parece indicar que la próxima temporada se irá en busca de un nuevo proyecto.

Mientras tanto, los espectadores disfrutaremos de sus fogonazos, sus pinceladas de calidad, su fabuloso juego de pies, sus finos lanzamientos… Y ella, la chica de los cuarenta puntos en la final de un Mundial, seguirá pensando que merece ser la estrella del equipo. En varios partidos ha sustentado al Valencia Basket con sus puntos y ahora que han aparecido Cristina Ouviña y Alba Torrens, tan justa de fuerzas como sobrada de talento y ascendencia sobre sus compañeras, el equipo avanza con paso firme, con un carácter irreductible que es su seña de identidad, y todos, implicados, militantes y espectadores, disfrutamos de su juego y soñamos, por qué no, con otra temporada triunfal.

Por el camino, su entrenador, Rubén Burgos, convirtió el contratiempo de las bajas en una oportunidad para las jóvenes Elena Buenavida y Laia Lamana, quienes, con mucho trabajo en defensa y mucho desparpajo en ataque, han demostrado que están preparadas para completar, junto a Awa Fam, una plantilla con mucho contenido.

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