Hoy es 4 de octubre
VALÈNCIA. Nací en el 69. Es muy probable que sea usted más joven que yo (mucho más joven, incluso) y que no llegara a conocer los carruseles radiofónicos, esos tiovivos de conexiones en directo con un montón de estadios, cuando prácticamente todos los partidos se disputaban a la misma hora. Las emisoras ofrecían la jornada futbolística porque era más interesante un gol, una ocasión, un penalti, una polémica, una jugada antológica o que había empezado a granizar que si a Fulanito le pica la entrepierna. O al menos a aquella audiencia les interesaba más. Los valencianos decimos que “de la festa, la vespra”. En Elx, por ejemplo, hacen casi una religión de esta máxima para su Misteri. Significa, como muchos sabéis, que son más divertidos los preparativos que el momento en sí. En realidad no es nada que no dejase claro Jack Kerouac, de forma más refinada, en su inmortal novela En el camino, una de las cimas literarias de la cultura beat. No inventaba nada el norteamericano: la madre de toda la literatura occidental, La Odisea de Homero, es toda ella una reivindicación del viaje en si, más que de la propia Ítaca.
Lo de “de la festa, la vespra” se ha acabado imponiendo en el mundo del balompié y todo lo que lo envuelve es, al fin, o eso parece, más importante que el partido en sí. En la temporada 81-82 no era así. Ni mucho menos. La jornada era vibrante, el momento esperado del domingo. Si íbamos de visita, a casa de mi tía Angelita por ejemplo, me encerraba un cuarto de hora antes de empezar el partido, junto al transistor, en la habitación más discreta, para sintonizar y escuchar Tablero deportivo mientras ojeaba una enciclopedia sobre las maravillas del mundo, editada sobre cuché de 200 gramos. Sólo mi padre se atrevía a interrumpirme, cada diez minutos, para preguntarme cómo íbamos. También mi tía, para regañarme: “Què fas ací a soles? Vine en mosatros! Com va el Llevant?”. Tras el 3-0 mi padre no volvió a entrar. Yo aún tenía esperanza en el milagro. Crecí como un loco optimista, por culpa del fútbol. Todo iría peor: “¡Gol en el Plantío!”. El tono eufórico del locutor preconizaba el 4-0. Y aún llegaría otro. Ese año de resaca post-Cruyff bajamos a Segunda B, por deméritos deportivos, y de golpe a Tercera, por impagos. No creo que nadie en Burgos recuerde que nosotros también fuimos víctimas de aquellos descensos administrativos, veinte años antes. El nuestro, además, no pudo ser más cruel (y no sabría deciros si tiene parangón): la campaña anterior habíamos soñado con el ascenso a Primera. De golpe estábamos en la cuarta categoría de nuestro fútbol, algo sin precedentes. Muy cruel. Una prueba de fuego. Un yunque en toda regla. Como aquel 5-0 en El Plantío. O el 6-0, también aquel curso, también en ca la tia, de otro estadio clásico de aquella época, el Helmántico.
Justo veinte años después de todo aquello, y tras otra lamentable temporada, el Llevant descendió a Segunda B en la 2001-02, pero el descenso administrativo del Burgos, que no consiguió el capital para convertirse en SAD, le permitió recuperar la categoría. Habíamos estado de nuevo al filo de la navaja y Villarroel decidió que lo iba a apostar todo a doble o nada. Jugó de farol, se gastó el dinero que no teníamos e hizo del Llevant un ave fénix que en dos años recuperó la élite, 39 años después. Así llegó el alegrón de Chapín. Y después el de Lleida, ambos financiados sobre ingresos futuros que jamás llegarían porque la gestión fue suicida. Aquello dejó al Llevant al borde de la desaparición, al aflorar una deuda de 100 millones, en puertas del centenario. Lo que no te mata te hace más fuerte, dicen. Aunque a veces te mata. Los levantinos estábamos forjados en cosas como aquel 5-0 del Plantío. Y mucho más: tanto que hemos hecho símbolos de una granota y un yunque.
Comprendimos para siempre algunas cosas del fútbol y de la vida: que los cardiólogos desaconsejan las montañas rusas, que siempre hay luz al final del túnel y que la fidelidad no entiende de adversidad. De esta tela el Burgos también se hizo un traje: desapareció en el 83 y volvió a competir en el 95.
Nafti y “el camino de la verdad”. Si bajamos al barro de este fin de semana, nos debatimos entre la esperanza de que el Llevant de Nafti sea capaz de dar una imagen radicalmente distinta a la ofrecida en los seis primeros partidos de liga y la convicción de que con él todo va a seguir igual y que con esta dinámica el ascenso es imposible. Como ya he dicho soy de natural optimista pero el fútbol que practica la escuadra granota, con la plantilla que tiene, nos hunde en la más profunda desesperanza. Sólo espero que las decisiones drásticas que sospecho que habrá que tomar no lleguen demasiado tarde. Las malas dinámicas, como las heridas graves, hay que curarlas antes de que sea tarde. Y dicho esto, ojalá el franco-tunecino nos calle la boca.