Hoy es 7 de octubre
VALÈNCIA. El Llevant juega ante el Madrid en el Estadio Di Stéfano, así bautizado en homenaje al mítico futbolista que llegó a Vallejo, en el ocaso ya de su carrera, con la camiseta del Espanyol. La Saeta Rubia aterrizó en el feudo granota en vísperas de la Navidad del 64, con Kubala en el banco perico. El Llevant se impuso 2-0 y aquel día Di Stéfano, frustrado, abofeteó a Ramon Balaguer y se montó la marimorena. El astro hispano-argentino despertaba un aura de futbolista legendario por donde iba. No en balde forma parte del elenco de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Ese respeto reverencial que le rendía el mundo del fútbol, sin embargo, saltó por los aires aquel día. Antonio Román, el gran presidente levantino, se lo comía, como se observa en la foto adjunta. Le daban igual sus laureles, su palmarés y que la guardia civil mirara la escena amenazante. A un levantino como Balaguer –glorioso futbolista, entrenador y secretario técnico– no se le faltaba al respeto de aquella manera.
¡Ni pensarlo! El fútbol era distinto, pasional, apasionado. Los colores se sentían. El negocio era secundario, un instrumento imprescindible para llegar a la élite, para mantenerse en ella, para satisfacer las ansias de los aficionados. El mundo, dentro del estadio, era los míos y los otros. Sin ambages. Se encajaba la derrota sin cenar ni dormir. Los futbolistas sentían ese aliento, se hacían cargo y a menudo compartían la pasión. Intentaban estar a la altura. Todo eso acabó. El fútbol de hoy es profiláctico. Por eso encumbramos a quien se sale del guión.
Pese a todo ello los miembros de la plantilla levantinista tienen la oportunidad de grabar sus nombres con letras de oro en la historia de este club, donde hace cuatro días la gente, del presidente al último hincha, se partía la cara por el escudo, empeñaba bienes y negocios si era necesaria una derrama para seguir vivos, con el sueño de un gran Llevant, de una Valencia blaugrana. En una semana el Llevant tiene la oportunidad de alcanzar algunos hitos que enlazan con ese sueño de once décadas. Hoy, en Liga, puede aprovecharse de un Madrid en crisis, que será vulnerable atrás, al ritmo de Roger y Morales, que suman quince goles entre ambos, en un momento más que dulce. Una semana después podría refrendarse el triunfo superando al Granada en casa, firmando así una permanencia virtual (apenas faltarían tres victorias con 17 partidos por delante) y aspirando a cotas mayores. En medio tiene la opción de meterse en semifinales de Copa, algo que no sucede desde hace 84 años, en un derby ante el Villarreal, en el inexpugnable feudo del nou Orriols. Casi nada.
También podría no suceder nada de todo ello. Nadie recriminaría nada. Siempre que se sude sangre por el escudo, que se muestre una actitud ambiciosa, algo que a este equipo no le ha sobrado hasta ahora. Esperemos ver el papel protagonista y ganador del Vezo que llegó cedido, de Malsa y Radoja reivindicándose, el talento de Bardhi, las ganas de comerse el mundo de Gómez, y, sobre todo, la convicción de Roger y Morales de que es su momento para sellar algo enorme con el equipo de sus vidas. Ya no vale dar una buena imagen. Hay que morir por la victoria, por hacer historia. Con el gesto decidido y el genio de Román el día que le explicó a Di Stéfano que no había nacido aún quien faltara al respeto a este escudo.