OPINIÓN

Braveheart Parejo

3/12/2019 - 

No habrá partido del Valencia CF que sea plácido, tranquilo, sin sobresaltos ni incertidumbre. No habrá minuto de juego en el que podamos estar tomando algo o comiendo, sin ese punto de tensión que nos hace poner el riesgo todo lo conseguido hasta el momento. Ni tan siquiera vamos a celebrar tranquilos un gol más allá de los segundos siguientes a haberlo conseguido. Lo tengo claro: es más, me apuesto a que esta será la línea que vamos a seguir en lo que resta de temporada. Pero, por la misma regla de tres, sé que el Valencia CF no va a dar nada por perdido, que se va a sobreponer a lesiones, a infortunios, a decisiones caprichosas, a ventas, a desajustes dentro del campo y cualquier otra cosa que pueda sucedernos cada vez que juega nuestro equipo: es una plantilla honesta, profesional, con mayor o menor calidad, pero con un corazón bravo y valiente que lo da todo de manera incondicional.

Ni el pupas ni el pupos: el equipo se está forjando un carácter que pone su sello en la frente para quien decida, en algún caso, venir a este club y cobrar su nómina. De ello tienen buena culpa el anterior técnico, el actual míster y jugadores como Parejo, Rodrigo, Gayá, Paulista, Coquelin, Soler, Ferrán o Maxi entre muchos otros: brújulas de una identidad que debe marcar el camino a seguir, ahora y siempre; y debe cerrar la puerta a fichajes caprichosos, o a perfiles de técnicos que no encajan con lo que este club debe ser. Y esto es una política interna que nace del propio vestuario, lo que hace más llamativa la decisión. El peligro radica en si el club, celoso de su autoridad accionarial, considera que tanta oligarquía debe desmantelarla para que no le surja un duro competidor a la hora de tomar decisiones, un rebelde en el reino: entonces negociará contratos de aquella manera, venderá sí o sí parte de la brújula que ahora nos dirige o inventará formas y modos de seguir echando pulsos con pequeñas cosas, que al final buscan magnificarse. Ese es el peor rival que podría tener el equipo y el que más le desgastaría, al menos emocionalmente. La verdad es que si cojo la película Braveheart y este Valencia CF me cuadran las situaciones y los argumentos, uno a uno.

Tengo claro, pues, que cada partido será terrible jugarlo y más aún cuando tienes un carro de bajas constante y permanente. Pero este equipo tiene alma, tiene amor propio y orgullo: por fin lo ha hecho a su imagen el principal arquitecto de todo ello, su capitán Dani Parejo. Su liderazgo se ha convertido en identidad sobre el terreno de juego: ver cómo arenga a los compañeros, ser testigo de cómo va a la presión pasando ya tres minutos del tiempo de juego, cómo se rehace de una jugada desafortunada, cómo lucha incansable contra marcajes muy estudiados que tienen la única misión de anularle, etc. Es el espejo del equipo y el equipo responde a su imagen. Parece un eco espejo-parejo, una fotografía instantánea de lo que este equipo quiere ser y esto me alegra y me tranquiliza a pesar de los vaivenes emocionales que sufro cada vez que veo jugar al equipo: sé que lo tenemos a él sobre el campo (tampoco le vendría mal poder descansar) y que, solo por eso, somos capaces de darle la vuelta a la situación, o imponernos al rival. Llámalo fe ciega o aval, y lo digo ahora que el propio Parejo no está pasando por sus mejores y más brillantes momentos de juego. Da lo mismo: me da mucho más de lo que se ve cuando toca el balón. Y a esto me aferro, aunque sé que vamos a sufrir cada partido, cada minuto, cada segundo de juego: somos el Valencia CF y nos pintamos la cara para la guerra cada vez que jugamos. Es así como nos hacemos fuertes. Como diría nuestro capitán, parafraseando una de las célebres escenas de la película Braveheart, en boca de William Wallace: nos quitarán de todo en esta vida sufridora valencianista, pero nunca nos quitarán la honestidad. Ahora sí, capitán, contigo y los tuyos, a pesar de que a veces las cosas no salen como queremos, iremos a la batalla.

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