Nadie puede negar que ni el juego ni las sensaciones están siendo buenos después de un verano ilusionante, pero a pesar de los fiscales y agoreros, el VCF no ha perdido ningún tren y está a tiempo de revertir toda esta fatalidad...
VALÈNCIA. Es un secreto a voces que cuando los resultados no acompañan, llegan los nervios. Sucede en Mestalla, en el Metropolitano, en Nervión y en todo foro que se precie de ser exigente. Anda el Valencia CF atascado, víctima de la ansiedad, huérfano de esa primera victoria del curso que se resiste. La situación no es idílica, pero está lejos de ser desesperada. Atrapado por la buena imagen que dejó durante la temporada pasada, porque el fútbol no tiene memoria, el VCF necesita reencontrarse. Marcelino García Toral, que vivió el año pasado días de vino y rosas, no es ningún ingenuo. Sabe que tiene que ajustar piezas, que necesita recuperar la mejor versión de varios pilares del equipo y que debe potenciar la autoestima. En lo colectivo, la radiografía actual invita a pensar que el VCF necesita defender mejor, jugar más compacto, mejorar la amplitud por los flancos, ocupar con orden los espacios y matar cuando debe, porque sin pegada no hay paraíso. Nadie puede negar que ni el juego ni las sensaciones están siendo buenos después de un verano ilusionante, pero a pesar de los fiscales y agoreros, el VCF no ha perdido ningún tren y está a tiempo de revertir toda esta fatalidad.
La crítica, si es constructiva, ayuda. Y la exigencia, que este año ha elevado el listón, siempre debe ser máxima para un equipo de la historia y la grandeza del VCF. Eso es así. Ahora bien, conviene no confundir el culo con las témporas. Una cosa es exigir y otra, lapidar. Una cosa es pedir más y otra, autodestruirse. Este grupo quiere, puede y debe mejorar. Y hablarle de exigencia a Marcelino, como en el Atleti a Simeone, es como hablarle de la lluvia a Noé. El asturiano sabe que hay que redoblar energía y está en ello. Método y personalidad tiene de sobra para revertir la situación. Lo que distingue los buenos equipos de los mejores es que, cuando vienen mal dadas, los primeros se preocupan y los segundos se ocupan. Marcelino, sabe que debe motivar a su plantilla, reajustar y tocar la fibra de quien corresponda. Quiere un VCF más vivo, rápido, concentrado y preciso. Un equipo que no pierda solidez defensiva, que pierda menos balones en la parcela central y que presione como un hombre solo. El gran problema del grupo está detectado, porque lo ve un ciego: existe una ansiedad desmesurada por ganar, por agradar, por demostrar. Y eso hay que gestionarlo con calma, pero con paso firme. Sin prisa, pero sin pausa, no sea que el asunto se enquiste y alguno quiera dimitir antes de Navidad.
Un equipo bueno funciona cuando todo va bien, pero cae en la tentación de autodestruirse en la primera contrariedad. Uno grande funciona y cuando se cae, se levanta, una y otra vez, hasta imponer su personalidad. Si hay ansiedad, contrólese. Si hay inquietud, calma. La prioridad del VCF es reencontrarse, sentirse fiable, reprogramarse para ser poderoso en ambas áreas y demostrar la fortaleza de sus convicciones. Jugadores de talento hay. Grupo, también. Y equipo, sobra. Falta dar un paso al frente. Y nada mejor que la Champions y la Juventus para combatir todos los demonios interiores de comienzos de curso. El VCF necesita soltarse, liberarse, aparcar la ansiedad y competir. Pablo Coelho sostiene que sólo una cosa vuelve un sueño imposible, el miedo a fracasar. Y ante la Juve, habrá licencia para ganar o perder, pero no para tener miedo a fracasar. Los buenos equipos se construyen en base a las victorias, pero los grandes son los que se levantan después de grandes derrotas. Toca ver si este equipo es bueno o si es grande. Y el movimiento se demuestra andando.