VALÈNCIA. Tengo que reconocer que Thierry Rendall (el Correia de tota la vida) me ha cerrado la boca, como a tantos otros, mostrando un afán de superación y una voluntad de crecimiento y trabajo que merecen todo el elogio del mundo. Sí, yo dije de él que no tenía nivel para jugar en el filial; también fui de los primeros en felicitarle cuando ya comenzaba a apuntar y dejé aparcadas las críticas más voraces cuando parecía evidente que su rendimiento ya estaba cambiando, para bien.
No puede pesarnos admitir la equivocación: no es necesario el sodomización ni nada por el estilo: basta con admitir que hay futbolistas que saben y quieren darle la vuelta a una situación muy controvertida. Ahora mismo, Thierry encarna, al menos para mí, la humildad del trabajo silencioso, de la resistencia mental, del sacrificio y de la máxima profesionalidad. Sí, yo que le negué en su día nivel alguno. Tampoco debe sacar pecho, también te digo, pero, como pasa en estas cosas, siempre hay quien, en dos minutos, te ha recordado lo injusto que fuiste con ese futbolista que, en ese momento, no tenía nivel, aunque quizá solo fuera por una cuestión mental. En efecto, muchos que han metido la pata hasta el fondo en sus predicciones alrededor del club, de la plantilla y de mil cosas se han adelantado, ahora más que nunca, para criticar a quienes criticaron al noble lateral derecho luso. Lástima que no vean, en su propio ojo, la inoperancia de su labor informativa en tantos y tantos otros casos en los que tendrían que haberse callado. Y sí, yo decidí no callarme mientras el señor Rendall seguía destrozando al Valencia CF por banda, del mismo modo que le aplaudo cuando se levanta, se reinventa y se transforma en un buen lateral derecho: todavía, que yo sepa, no es excelente, aunque es fácil que acabe siéndolo, ya que si sigue progresando así proyecta muy alto.
Los futbolistas encajan mal las críticas: eso lo sabemos, porque, como personas que son (y no son otra cosa que eso), sienten que la gente no comprende sus problemas, sus dudas, sus miedos o sus frustraciones. Es verdad que el resplandor, efímero y engañoso, de la vida del futbolista ciega a quienes no saben que detrás de esa luz hay también, en algunos casos, miseria o carencias emocionales graves. Parece que el futbolista es el elegido solo para el elogio, pues es capaz de agitar masas, de mover su pasión, su euforia y su ilusión. Todo eso lo puede hacer, pero como ocurre con los payasos de un circo, detrás de cada risa que provoca puede que exista un ser humano triste, cuyo trabajo sea que los demás disfruten aunque él se esté apagando por dentro. Es la complejidad de quienes alcanzan el reconocimiento social siendo muy jóvenes, frente a lo que suele ser lo más habitual en cualquier profesión: el éxito y el reconocimiento llegan cuando han cubierto una trayectoria profesional muy amplia y plagada de todo tipo de situaciones.
Thierry ha sabido someter su miedo y su incertidumbre personal al éxito que supone ese sobreponerse al malestar general, a la mirada crítica y predispuesta al desprecio. Nos sobrecogió a todos, creo, su alto precio y su flaqueza futbolística y pensamos (bien, sí, solo lo pensé yo, ya lo sabemos) que esto sonaba a otro tongo de Mendes, como esos muchos desastres futbolísticos que nos ha metido en el vestuario. Los primeros meses del lateral luso fueron de indiferencia; de ahí se pasó a la fase calamitosa, con sus horrores defensivos (que diría Cúper), luego el ostracismo, con Wass teniendo que asumir ese carril derecho y, finalmente, la apoteosis o eclosión de su potencial auténtico, con corte de pelo incluido.
Pero que yo acepte haberme precipitado valorando su capacidad como jugador no significa que no fuera terrible en sus comienzos aquí, o que no lastrara al equipo en un momento dado… no quita eso, ni mucho menos, pero sí lo ha minimizado, lo ha reducido a categoría de anécdota y lo ha relegado casi al olvido. Ahora celebramos que esta semana pasada renovara y cabe hacerlo con especial alegría, porque futbolistas como él no hay tantos como la gente se piensa: ya no hablo de su calidad con y sin el balón, sino de la entereza de su mente y de su voluntad. Con ese pensamiento no puedo más que agradecerle la educación, la paciencia y el perdón. También, como es lógico, que haya querido seguir en el Valencia CF, porque eso es de agradecer y no todos lo hacen o lo han hecho, por muy de la terreta que sean. Más que nunca puedo decir que ojalá hubiera 25 Thierryes en el equipo, porque con esa humildad por delante seríamos capaces de casi todo. Por cierto, enhorabuena a quienes lo hayan renovado: al César lo que es del César. Y a Lim...pues que también aprenda de su jugador, que no le vendrá nada mal.