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análisis | la cantina 

Carlos Soria nos muestra el camino a sus 84 años

19/05/2023 - 

VALÈNCIA. Jamás olvidaré aquel rato que pasé en una casa que alquiló Kilian Jornet en Escocia, en las Highlands, charlando la víspera de una carrera de trail, la Salomon Glen Coe Skyline. Aquella mañana, en el inicio del otoño de 2017, hablamos de muchas cosas. Algunas se me quedaron grabadas. En un momento de la entrevista le pregunté qué pasará el día que no pueda seguir corriendo y, casi sin pensar, respondió: “Que entonces caminaré”. Luego reflexionó unos segundos, y añadió: “Un día tendré que correr más despacio y otro, quizá, ya no podré correr, pero podré andar. A mí me resultan muy inspiradoras personas como Carlos Soria o un ‘abuelo’ de 90 años (el suizo Marcel Remy tenía entonces 93 y falleció el pasado verano a los 99) que ha hecho una escalada en Suiza. Me inspira ver a gente mayor haciendo cosas. Siempre quedará esa belleza del paisaje que me motiva».

Han pasado seis años desde aquel encuentro y justo esta mañana he visto la noticia de que Carlos Soria, que ya tiene 84 años, ha sufrido un accidente en la ascensión al Dhaulagiri, una montaña que se le resiste desde hace mucho tiempo y que es uno de los dos ochomiles que le quedan para convertirse en la persona de más edad en coronar las catorce cumbres por encima de los 8.000 metros. La expedición estaba a 7.700 metros cuando un sherpa ha caído encima del alpinista español y le he causado una fractura en la tibia.

Soria ascendía con varios sherpas y su mano derecha en las grandes expediciones, Sito Carcavilla, un montañero que había jurado no volver al maldito Dhaulagiri, una montaña llena de trampas. Pero Sito no pudo decirle que no y se alistó a esta última aventura de un hombre, tapicero de profesión, que lleva 70 años escalando montañas desde que, con 14, subió a La Pedriza, en la sierra de Guadarrama, con unos amigos. Soria había sido un niño de la posguerra. “Un niño que vivió en una época con mucho trabajo, poco colegio y poco que comer”, recordaba en una entrevista con ‘Desnivel’ días antes de partir.

El alpinista es un personaje fascinante. “Es la motivación sin límites”, dice su amigo Sito, a quien le llama la atención la capacidad competitiva de este hombre con 84 años y una prótesis de rodilla. Soria se mide con los demás con lo que todavía puede competir: a ver cuántas pulsaciones tiene cada uno, cómo llevan la saturación de oxígeno, cuánto orinan en una botella… Cualquier cosa le sirve para echarle un pulso al que tiene al lado. Y si no, a él mismo. Muchas mañanas hace un recorrido que se sabe de memoria. Si le araña un minuto, vuelve más feliz aún.

Soria era optimista antes de viajar. “El Dhaulagiri me ha rechazado muchas veces, pero creo que puedo subir; y quiero subir. Quién sabe si es la última oportunidad de mi vida”, decía. No le importaba afrontar la ascensión con una prótesis de rodilla que le resta sensibilidad y, como consecuencia, estabilidad. El alpinista asume con naturalidad algunas limitaciones, pero sonríe porque puede seguir en movimiento pese a todo. Y recuerda los problemas que tiene en el sistema nervioso periférico, la espina dorsal, la cresta ilíaca… Y, más asombroso aún, semanas antes de esta expedición el médico había visto en una radiografía un bulto en la vejiga y le dijo que tenía que operarle.

La noticia alteró a Soria, pero luego la asumió y tiró para adelante, como ha hecho toda su vida. La mañana antes de la intervención se fue a entrenar. Y al día siguiente ya estaba saliendo a hacer la compra. Luego se recuperó, durmió varias noches en una cámara hipobárica y se marchó, como le gusta hacer antes de cada expedición, al glaciar de Khumbu, en Nepal, para aclimatarse con largas caminatas en lugares cada vez más elevados.

Soria se come la vida. Le encanta madrugar, pegarse un buen desayuno, generalmente un revuelto con muchas cosas, y marcharse a entrenar al rocódromo a las siete de la mañana. Luego come a la una y cena a las ocho. Lo del rocódromo, durante años, estuvo mal visto por los puristas de la montaña. Pero Sito logró convencerle un día y llevarlo hasta Sputnik Climbing, un rocódromo impresionante que hay en Las Rozas, el más grande de España, donde el montañero se encontró cómodo y comenzó a comprobar que ese entrenamiento le ayudaba mucho.

A sus 84 años, su obsesión es el músculo. Esto, lo de la importancia del músculo, lo saben él y algunos veteranos más que se han preocupado por informarse. Otros, y lo dice un amante de la carrera a pie, siguen empeñados en correr con el cuerpo descuajeringado y los músculos flácidos. Él, en cambio, sabe que sigue pudiendo enfrentarse a las pendientes trabajando la musculatura. “La musculatura sujeta mi cuerpo”, advierte.

Carlos y Sito se llevan 34 años pero les une la fascinación por las montañas. Juntos se entienden y comprenden. Porque allá arriba, a más de siete mil metros de altitud, con frío, viento y cansancio es fácil chocar. Pero han aprendido a respetarse, a tener concesiones, a aguantar. Todo por un fin común: la cima. O mejor aún, la vida. Sito cuenta que se han llegado a dar la vuelta a 80 metros de la cumbre. “Carlos Soria es la motivación, que no es lo mismo que la obsesión”.

Su mujer, Cristina, le entiende y le apoya. Sabe que su vida es su familia, claro, pero también las montañas. Lo supo desde el principio. Cuando tenían dos hijas pequeñas subieron al Cervino (4478 metros), en Los Alpes, y dejaron a las niñas en el refugio. A Sonsoles la llevaron a los Pirineos con cuatro meses.

Carlos Soria detesta la épica de la montaña. No soporta esas películas con gestas exageradas ni idealizar los dramas. Pero me da la sensación de que preferiría morir cerca de un pico que en la cama de un hospital. Hay una frase suya que, sin decirlo, lo dice. “La de Toño Durán ha sido la muerte más triste de un montañero, que lo mató un atracador y dejó dos niños de seis y ocho años”. Pero la frase que más me gusta de él es una definitoria. “Se miente mucho en la montaña”. Y, me temo, no sólo en la montaña.

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