opinión

Castellanos sin barba

2/11/2018 - 

VALÈNCIA. La primera película que vi en la televisión fue 'Solo ante el peligro'. Tenía esa edad en la que los padres te mandan a la cama tras cenar pronto para que los dejes tranquilos después de haberles dado guerra durante todo el día, pero mi padre, cinéfilo de pro, pensó que ver a Gary Cooper enfrentándose en solitario a Ian MacDonald y sus tres secuaces me sería útil para afrontar la vida que entonces empezaba. Al fin y al cabo, a las dificultades de la vida te enfrentas siempre solo, por mucha gente que parezca que tienes al lado. Es evidente que 'Solo ante el peligro' marcó mi niñez. La consideré, en mi ignorancia infantil, la película perfecta (con los años, he cambiado de opinión) y, sobre todo, me hizo sentir una especial empatía por los tipos solitarios.

No muchos años después de aquella epifanía cinematográfica sobre la soledad llegó al Valencia un futbolista que me evocó a aquel incomprendido Gary Cooper. Era manchego, jugaba de centrocampista defensivo y llevaba barba. Ahora, que un futbolista lleve barba nos parece de lo más normal, pero a mediados de los 70, en España, ser un barbudo quería decir irremediablemente o que eras comunista o que eras un hippie. Por esas razones, o por cuestiones relacionadas con la moda, había poquísimos jugadores en la liga española con barba. Castellanos, que así se llamaba aquel friki solitario, llevó barba durante las nueve temporadas en las que militó en el Valencia. Durante todo ese tiempo, Castellanos fue un jugador enormemente discutido por una parte de la grada de Mestalla, que le reprochaba su lentitud de movimientos y una extraña habilidad para regatear a los contrarios girando sobre sí mismo 360 grados (más o menos lo que hace Sergio Busquets en la actualidad y que provoca la admiración y el babeo generalizado) que el valencianismo bautizó como "la volteta". Aquella maniobra circular ponía tan nerviosos a los habitantes de Mestalla que provocaba pitos y susurros. De haber existido Twitter, Castellanos sería la diana de insultos del valencianismo más hooligonero sin ningún tipo de piedad.

A mí me caía muy bien Castellanos por su convicción de que lo que hacía era lo mejor para el equipo, aunque le llovieran los palos desde todos los rincones. Era un Gary Cooper con barba que, en vez de pistolas, tenía una "volteta" como arma. Los entrenadores coincidían conmigo. Los nueve que tuvo en casi un decenio como valencianista lo consideraron siempre titular indiscutible, ya jugara al lado de Kempes y Bonhof o de Sánchez-Torres y Muñoz Pérez.

Quizás porque sentía debilidad por Castellanos hace 40 años, entiendo a Dani Parejo, su sucesor natural, a pesar de que ha habido remedos del centrocampista manchego en la historia del club, como Tomás González. Parejo, a lo tonto, cumplirá al final de esta campaña ocho años en el Valencia. Ocho años en los que ha sido Castellanos sin barba, un futbolista que ha tenido que aguantar críticas de todos los sectores del valencianismo y, sin embargo, ha sido fiel a su estilo. Parejo no da "voltetes", pero tiene una forma peculiar de entender el fútbol. Gustará o no, pero su forma de jugar es cansina, poco apasionada, como una de esas películas de Rohmer en las que parece que no pasa nada pero ocurren muchas cosas. Y, como Castellanos, nunca rehuye el compromiso con el club que lo alinea en sus filas. Ahora se ha lesionado y quizás el destino sea tan cruel que el esperado despegue del Valencia se produzca en su ausencia. Ojalá. Mas, aunque el aficionado hooligonero le achaque todas las desgracias, nunca será el culpable de todos los males de un equipo alguien que se encuentra semana tras semana solo ante el peligro y no renuncia a su forma de concebir este juego.   

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