VALÈNCIA. Los vagos, los maleantes, la llamada “generación de cristal”... Son solo algunas maneras de referirse a los que pertenecen a la generación z. Pero faltan bastantes más adjetivos: currantes, inquietos, creativos… ¿hace falta que sigamos? Se trata de una generación indefinible, inabarcable. Dentro de esta también cabe el descanso, los amigos, la fiesta y la capacidad -y voluntad- de retratarla. Con una cámara, y ganas de adentrarse de pleno en sus círculos, la fotógrafa y artista valenciana María Requena crea el fotolibro Generación Horror Vacui, un excelente trabajo documental en el que retrata la vida los que le rodean.
Fotografía a amigos, compañeros, y desconocidos que seguramente estudian y trabajan a la vez para poder pagarse el piso compartido en el que viven. Personas que viven sus ratos de deshibinición en el mundo de la noche, o que descansan en sus habitaciones mientras se cuentan entre todos sus dramas. María tiene pase VIP a ambos espacios, ella y su cámara tienen un lugar en esa intimidad compartida. Gracias al fotolibro logra mostrar al mundo un análisis visual de los de "su especie", los 'horror vacui' que viven dentro de los llamados z.
El descubrimiento de los 'vacui' se activa en base a una investigación para su trabajo de fin de grado, en el que quería hablar sobre la relación con sus padres. En la creación de este documental buscaba hablar de cómo lleva nuestra generación las relaciones y los vínculos, y sin quererlo acabó descubriendo a los que que en ese momento bautiza como 'vacui'. Sin quererlo María llevaba retratándolos toda su vida: cámara en mano y a lo largo de las noches de fiesta. Ella lo veía como algo normal, pero fue su tutora la que le hizo ver que las fotografías más reales y honestas eran las que hacía a sus amigos en estos entornos: “Es algo que me sale de manera orgánica, espontánea… no tenía idea del valor que podía tener realmente. Ahí me di cuenta de que llevo dos años y medio fotografiando a mi generación casi sin quererlo”.
Desmembrando esa parte del documental quiso transformar el proyecto en un fotolibro, algo que se pudiera tangibilizar. Al final la historia de la noche y de los amigos de María se queda en 80 fotografías más o menos y una preciosa dedicatoria, a la gente con la que se siente "querida y entendida", el mayor gesto que alguien puede regalarle. Sin espacios y sobre tonos rojos relata a aquellos que tienen una necesidad de llenar su tiempo con todo -de ahí lo de vacui- y que buscan “petarse el tiempo para no sentirse inútiles”, un miedo que a veces se proyecta en la falta de descanso: : “Estamos ante una incertidumbre abrumadora, y para sobrellevarla no paramos de llenarnos de estímulos y de actividades”, explica la autora. Y en ese momento, y a veces como desahogo y deshinibición, es cuando llega la fiesta. Una fiesta que se vive a página entera y sin dejar ningún espacio para el pensamiento.