VALÈNCIA. El atletismo español ha celebrado esta semana, de aquella manera, eso sí, por las limitaciones que impone la pandemia, el centenario de la RFEA (la Federación Española). Durante tres tardes seguidas se ha emitido un programa especial recordando su hermosa historia. Y por el plató montado en el estadio Vallehermoso han pasado, presencial o telemáticamente, desde Fermín Cacho a Ruth Beitia, pasando por Niurka Montalvo, Mercedes Chilla o Mayte Martínez. A todos les he visto en vivo ganar una medalla. Al primero, al soriano, en la grada del estadio de Montjuïc, sentado al lado de mi tío Paco, que nunca supo -murió joven pocos años después- cuánto influyó en mi vida, personal y profesional, aquella invitación que, para mí, pasados ya 28 años desde aquella tarde gloriosa, ha sido el mejor regalo que me han hecho nunca.
Los tres programas han dado para mucho pero, por encima de todo, y ha sido mucho, sobresale un vídeo que condensa en diez emocionantes minutos estos cien años de historia. Con esos inicios en temblorosas imágenes en blanco y negro con atletas irreconocibles y cómo, poco a poco, van apareciendo los ilustres:
Pipe Areta, Mariano Haro, Carmen Valero, Jordi Llopart, Josep Marín, José Manuel Abascal y José Luis Gónzalez, la voz de Gregorio Parra -el mejor, para mí, por lo de siempre, porque fue el de mi juventud, cuando todo te impacta más-, Fermín Cacho, el trío de Helsinki encabezado por Martín Fiz, los dos oros en maratón de Abel Antón… Y Ruth Beitia, claro, el triunfo que conmovió -por quién era y cómo era, y por quién era su entrenador, el entrañable Ramón Torralbo- a todo el atletismo español.
El último día también aparecieron tres hombres, veteranos ya, que son algo así como el disco duro de la historia del atletismo español: Jorge González-Amo (un antiguo mediofondista), Ramón Cid (exsaltador de triple y seleccionador nacional) y Gerardo Cebrián (el jefe de prensa de la RFEA durante casi cuatro décadas y una de las memorias más prodigiosas que he conocido). Pero el gran valor de estos tres no es su edad, ni siquiera su memorión, su principal virtud es que son tres grandes conversadores que regalan momentos muy placenteros cuando cuentan de manera magistral bellas historias. Porque el atletismo también va de eso, de contar historias. Porque a mí me fascina tanto cómo llegó Niurka a València como su triunfo, gracias al último y polémico salto, en el Mundial de Sevilla en 1999.
El centenario se ha cumplido, caprichos del destino, en 2020, el año de la pandemia y uno de los más difíciles de estos cien. Porque la historia acaba siempre en el presente y este nos deja con Raúl Chapado al frente de la RFEA. Hace unas semanas salió reelegido. No hubo oposición. Quién iba a ser tan temerario de codiciar una federación deportiva en un momento en el que cada competición celebrada es poco menos que un milagro.
Chapado, que fue un brillante saltador de triple y que militó en el Valencia CF después de que Antonio Ferrer se lanzara a por él cuando salió incomprensiblemente despedido del Larios, ha recibido más elogios este año, el más complejo, que ninguno de los otros tres. Y es así porque ha sido capaz de dar un paso al frente cuando muchos han retrocedido. Ha puesto en órbita a los atletas que ya temían por un año en blanco -y no precisamente sabático-, ha ajustado las cuentas sin hacer mucho daño y se ha convertido en un faro justo cuando más falta hacen los líderes.
Hace dos semanas coincidí con él en Ibiza, donde se disputaba el Campeonato de España de trail, y lo que más me maravilló de él es que no se recreaba con haber salvado muy dignamente el 2020, sino que ya estaba en el siguiente. Y lo hacía sin elucubrar. Chapado hablaba ya, de manera detallada y prometedora, de todo lo que tenía preparado para seguir creciendo y avanzando, pase lo que pase con el virus y las vacunas, en 2021.
Al acabar el último de los tres especiales, me quedé meditabundo. Son muchos años escribiendo de este deporte apasionante en los que me he sentido influenciado por toda esta gente que he nombrado. Y pensé que nada me haría más feliz que haber podido animar a un solo lector a que se apasionara por el atletismo gracias a una de mis crónicas o de mis reportajes. No sería como regalarle a tu sobrino de València una entrada para ver la final olímpica de 1.500, pero algo es algo…