VALÈNCIA. El 12 de julio de 1979, unas 50.000 personas se concentraban en el estadio de béisbol de los White Sox vinilo de música disco en mano en los accesos al doble partido entre el equipo local contra los Detroit Tigers. A cambio de sus álbumes se les había prometido un descuento en la entrada. A aquel evento, llamado Disco Demolition Night, asistió un chaval negro, algo excéntrico y melómano, totalmente ajeno al final que aguardaba a aquella montaña de música. Se trataba de Vince Lawrence, futuro productor discográfico y punta de lanza de la música house, que en aquel entonces trabajaba como acomodador en Comiskey Park para poder pagarse un sintetizador.
Hacía meses que el locutor de radio Steve Dahl venía impulsando una campaña de demonización de grupos como Boney M, Earth, Wind & Fire y los Bee Gees, catapultados por la película Fiebre del sábado noche (John Badham, 1977). Rockero irredento, aquella eclosión de un estilo marcado por las voces reverberadas, un bajo sincopado y un repetitivo compás de cuatro por cuatro, le parecía una bazofia que no solo estaba esquinando las guitarras eléctricas de su corazón, sino que le había dejado sin trabajo: la emisora WDAI de Chicago había sacado de antena su programa Rude Awakening Show por la caída en picado de la audiencia. El programa que lo sustituyó se especializó en aquellos ritmos que se bailaban bajo una bola de espejos reflectantes.
En un documental presentado esta última edición de Sundance, titulado Move Ya Body: The Birth Of House, el crítico cultural y profesor de la Universidad Brown Madison Moore achaca el nacimiento de la música disco a la comunidad que representaba. “Fue la primera vez que se experimentaba una democracia en la pista de baile: todo el mundo podía bailar junto, ya fueran hombres, mujeres, heteros o gays. Era un sonido negro y queer que se había vuelto comercial”.
Resabiado por el fenómeno disco, Dahl fue alimentando el odio hacia aquella música que en origen había sido bandera de dos colectivos, el racializado y el homosexual. La culminación llegó en el descanso de aquel evento deportivo celebrado en el estadio Comiskey Park. En la grada no había rastro de la imaginería de los equipos de béisbol que aquella tarde se enfrentaban, sino un ejército antidisco, uniformado con camisetas donde se podía leer, entre otros improperios contra el género, “Fuck the Bee Gees” y “Disco Sucks”.
Dahl llegó al centro del campo en un jeep, vestido de militar y tocado con un casco de camuflaje, flanqueado por otro locutor y aliado en su cruzada, Garry Meier, y por la modelo Lorelei Shark, cuyos labios habían quedado inmortalizados en toda la cartelería de la ópera rock The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975).
Se procedió entonces a detonar las cajas cargadas con los vinilos, que no solo contenían éxitos disco, sino también álbumes de artistas de soul y de funk. Esto es, expresiones culturales de la todavía segregada en la práctica población negra de Chicago. Miles de personas saltaron entonces al campo en una euforia salvaje, la misma que les había llevado a lanzar discos al campo durante el primer partido y a corear cánticos homófobos y racistas.
El joven Lawrence, que entonces tenía 15 años, se fue por pies a casa, no sin antes cruzarse en su camino al metro con un grupito que se encaró con él preguntándole si le gustaba la música disco.
- Fiebre del Sábado Noche -
Una de las hijas orgullosas de la música disco
Tocados pero no hundidos, el impacto de Disco demolition fue tal que las compañías discográficas dejaron de utilizar la etiqueta disco. Pero eso no quiere decir que la gente dejara de bailar, sino que su práctica pasó a ser underground y que nuevos géneros se disgregaron del sonido original. Uno en el que los artistas rapeaban sobre las bases de la música disco, el hiphop y otro, orgullosamente queer, el house.
El director de la película exhibida en Sundance, Elegance Bratton, recupera imágenes de archivo del periodo de eclosión y entrevistas con sus protagonistas, con Vince Lawrence a la cabeza. El largometraje subraya su condición de revolución cultural, pero también lamenta que sus impulsores no pudieran capitalizar su éxito.
Un club nocturno se erigió en el meollo de aquella resistencia, Warehouse, en la calle South Jefferson Street de Chicago. De ahí el nombre del estilo. Y un grupo de amigos del South Side de la ciudad convirtieron aquel nuevo sonido en un movimiento global.
El promotor Craig Loftis hace memoria en el documental y cuenta que aquella discoteca nació en 1979 como una pequeña organización donde expresar con libertad la identidad y el género en un momento en el que las relaciones homosexuales, especialmente en la comunidad afroamericana, todavía no estaban aceptadas. Al recinto se entraba por unas escaleras verticales, lo que le daba todavía más sensación de clandestinidad.
Un espacio seguro para bailar
Chicago es un caso de estudio. A pesar del fin de la segregación, a finales de los setenta todavía había zonas impensables para un afroamericano, porque estaba en riesgo su propia vida. Hacía menos de una década que la población blanca no quería compartir los baños con sus conciudadanos negros. Había barrios donde se quemaban cruces como expresión de la supremacía blanca, al objeto de su ira se la confinaba a distritos específicos y las aseguradoras no se hacían cargo de los daños si una familia afroamericana se asentaba en alguna de las calles donde no estaban bien vistos.
“Chicago siempre ha sido una ciudad dividida, pero esa opresión creo la necesidad de liberación. Podías sentarte a aguantar la marginación, el ostracismo y la exclusión o bailar. Y bailamos toda la noche, compusimos música y esa música lo cambió todo”, se emociona Lawrence al arranque del largometraje.
El productor emprendió un viaje personal que lo llevaría a convertirse en la primera persona en grabar una canción house. Catalizó una fuerza de unión radical que derribaría los muros invisibles de segregación de su ciudad y transformaría fundamentalmente el mundo de la música.
La música house redujo el disco a su esencia, los elementos más básicos. No podían permitirse más instrumentos, así que tenían el patrón rítmico del groove, un bajo y, a veces, un piano elegante. “Si la música que salía de Chicago en los setenta era el equivalente al zumo de naranja, el house era Tang: todo el sabor sin nutrientes”, compara Lawrence.
No hablamos, para nada, de las formas de la canción protesta, las letras no trataban cuestiones de identidad racial o sexual, pero sonaba en clubes poblados por una comunidad inclusiva y sus ritmos liberaban cuerpos reprimidos.
Otro ejemplo de whitewashing cultural
El primer tema house fue creado por Vince Lawrence y su amigo Jesse Saunders, Fantasy, para el que contaron con la voz de Screamin Rachael porque les recordaba a Blondie. La cantante reconoce que la grabó sin saber mucho lo que hacía. Saunders y Lawrence revelan que los minusvaloró y que en realidad despreciaba la música disco, pero con el tiempo y el reconocimiento global de esta música, se ha reivindicado como la artífice de aquella canción germinal y el sobrenombre de reina del house.
Para más inri, hoy en día, la mitad del sello que Saunders y Lawrence ayudaron a impulsar junto al promotor blanco Larry Sherman, Trax Records, pertenece a su primera mujer, la propia Rachael. Aquella discográfica, cuyo logo diseñó el propio Lawrence, lanzó un buen número de clásicos como Move Your Body, de Marshall Jefferson, que no ha llenado los bolsillos de sus impulsores.
“Teníamos que haber sido como la Motown o Def Jams, pero nuestro estilo y música fueron blanqueados en EDM. Hoy día la música dance gana miles de millones de dólares, con artistas como John Legend, Whitney Houston y Beyoncé realizando remixes”, se reconcome Lawrence.
Como viene siendo común a toda la historia de la música en Estados Unidos y destaca el documental, el house fue objeto de expolio y apropiación. A medida que la corriente marginal, creada por artistas negros y queer que buscaban un espacio seguro para bailar, fue haciéndose más grande, sus creadores fueron olvidados. Este largometraje los reivindica y pone los puntos sobre las íes.