VALÈNCIA. Todavía estaba pegado al sofá algo tocado rumiando las razones del porqué el Betis se había paseado por Mestalla cuando Carlos Soler se ponía delante del micrófono tras calzarse las botas por primera vez en la presente temporada. “Somos un equipo grande y no lo hemos demostrado”. El centrocampista resumía así lo sucedido sobre el terreno de juego. Y se equivocó. No en el fondo pero sí en la forma. Vaya por delante que entiendo a la perfección lo que quiso decir el bueno del canterano, un tipo que siente el club como si fuera suyo. De hecho lleva desde los siete años vistiendo el murciélago en el escudo y al que, estoy convencido, le duele tanto la actual situación como a cualquiera de ustedes. Y sí, la entidad sigue siendo grande, enorme, gigante para aquellos que la amamos, pero hoy por hoy, el equipo no lo es. Al menos no para mí.
Podríamos discutir si la calidad de los onces de la Real Sociedad o del propio Betis son mejores o no a los del todavía combinado de Javi Gracia pero creo que la amplitud de las plantillas no admite comparación alguna. Aún con las (no) llegadas a última hora de Capoue y un central, el técnico navarro hubiera contado con menos armas que muchos de sus rivales. Y por desgracia no me refiero al Madrid, al Barça, al Atleti o al Sevilla, ellos ya están varios escalones por encima, sino al resto de equipos de la zona media alta con los que los más optimistas pensamos que el Valencia puede llegar a competir en una liga con 38 fechas. Una realidad que, bajo el prisma de quien escribe, debe ser asumida cuanto antes y actuar en consecuencia.
Si los 3 millones de indemnización ‘obligan’ al míster a seguir capitaneando este barco a la deriva, por suerte para él y para el resto de los aficionados ‘che’, el fútbol no son matemáticas y sería posible rectificar el rumbo. ¿Cómo? Ésa es la gran pregunta. Ése debe ser el gran reto. Sin necesidad de encontrar la reconciliación con la propiedad -al fin y al cabo, ésta no va a meter los goles- no queda otra que pensar en exprimir al máximo a este vestuario. Engrandecer sus virtudes, minimizar sus defectos. Gracia tiene un trabajo complicadísimo pero, aunque parezca mentira, cuenta con un as en la manga: nadie va a reprocharle nada. De hecho el valencianismo se ha encomendado a él como el clavo ardiendo al que acogerse.
Su éxito deportivo -porque el personal y profesional ya se lo ha ganado-, pasa por llevar a la práctica la teoría más simple de los que en demasiadas ocasiones nos gusta opinar sin saber: conseguir que al equipo no le marquen goles y crecer a través de la fortaleza defensiva. O lo que es lo mismo, jugar como un pequeño. Algo parecido a lo que vimos en Anoeta. Apostar por tener las líneas muy juntitas, poner siempre más intensidad que el oponente y aprovechar las contadas ocasiones que provocar tirar la manta hacia detrás.
Será entonces cuando llegue el turno de los futbolistas. De los puntales que están llamados a marcar diferencias. De aquellos que el martes le pidieron al entrenador que no los dejara en la estacada. De los que estuvieron en la famosa reunión en Paterna y de los que supieron de ellas a miles de kilómetros. Empezando por el killer. Y es que tengo la sensación de que el Valencia va a depender muy mucho del acierto de Maxi Gómez. El uruguayo es uno de esos ‘9’ que las enchufa por castigo y que parece entenderse a las mil maravillas con cualquiera de sus parejas de baile. Su olfato, unido al carácter de Paulista, la excelencia de Gayà, la ambición del mismo Carlos Soler además de los Kondogbia -si el Atleti no se lo lleva-, Wass y compañía, tiene que ser la base de un conjunto que ha perdido mucho nivel pero que las circunstancias han permitido que se haya metido a la afición en el bolsillo aunque solo sea por estar en contra de la gestión de Meriton.
Lo cierto es que hay poco más a lo que agarrarse salvo al hambre de los más jóvenes. Ellos serán un complemento pero nunca un pilar. Sería injusto para su progresión. Los chavales son la muestra de que el tamaño del club sigue siendo estratosférico aunque la coyuntura lo encamine a disfrazarse de pequeño. Al menos, de momento. De momento…