VALÈNCIA. Señalar contundentemente que el Nuevo Mirandilla, el estadio del Cádiz, no es racista es una trampa en sus propios términos. Claro que no es racista. Ni tampoco todo lo contrario. Un estadio no tiene comportamientos inamovibles. Tampoco su gente. En un estadio conviven multitudes, incluso opuestas entre sí. El racista siempre es el otro y el estadio racista nunca es el nuestro. La cuestión, más útil, es si el estadio acoge o no a racistas. Si da cabida o no a grupúsculos organizados con el brazo enhiesto. ¿Hay de esos en tu estadio?
La demostración de que el fútbol español acoge problemas de racismo se constata precisamente en que toda la atención se focaliza en un solo caso. Editoriales, tertulias y programas en prime time han acudido al incidente de Cádiz como quien ve sangre bajo la mesa. El presunto insulto de Cala a Diakhaby, 'negro de mierda', ha viajado más allá de nuestras fronteras. Y está bien que así sea. Nos hace mirar a la luna y no solo al dedo. ¿Pero por qué, en cambio, apenas se le prestó atención a los insultos a Vinicius proferidos por un puñado de cretinos en Mestalla?
Está bien que toda España se haya movilizado para preguntarse qué demonios está pasando para que un jugador llame a otro 'negro de mierda'. Está bien que Ferreras, en su programa, haya querido dar voz a Diakhaby y haya puesto de vuelta y media a un concejal de Cádiz por querer contextualizar el asunto. 'El partido del Nuevo Mirandilla debió suspenderse', ha insistido Ferreras, razonable.
El ministro de justicia de Francia ha abierto una investigación para intentar que Cala se persone en un tribunal galo. No es fútbol, es la sociedad. El principal periódico deportivo ha dedicado su portada al caso. 'No es solo estar con Diakhaby, es también estar con quienes van contra Diakhaby'. El presidente de la Liga y el de la Federación se han enzarzado acusándose mútuamente de complicidad para con Cala. El Comité de Competición ha clausurado cinco partidos la zona del campo donde Cala se enzarzó con Diakhaby.
No hay demasiados 'peros' que añadir, porque seguramente se trataría de atajos con los que evitar abordar la cuestión principal: a un jugador de fútbol se le intenta vejar aludiendo a su color de piel. Justificarlo con el supuesto comportamiento provocativo de Diakhaby da cuenta de los intentos por desviar el foco del problema.
Ahora bien, es inevitable pensar que si el protagonista de la polémica no fuera Diakhaby, apenas nadie le habría dedicado atención. ¿Significaría entonces que en los campos y en las gradas hay menos problemas de racismo? Basta la semejanza con el caso de Vinicius en Mestalla. Ante ese episodio, el debate, en lugar de situarse en los insultos hacia el brasileño, giró en torno a la veracidad de su testimonio. 'O se lo ha inventado o debió entender mal, nunca le dije eso', señaló en una entrevista al periódico el aficionado acusado.
Crea un profundo desconcierto creer que la intensidad de la indignación puede modularse según el status del perjudicado y el del verdugo. Podría parecer que se trata de otra cosa.