VALÈNCIA. Creo que todos tenemos algún recuerdo falso que se ha colado como un troyano en nuestra mente. Uno de los míos es el archifamoso 10 de Nadia Comaneci. Yo tenía seis años cuando sucedió ese hito del deporte, del olimpismo, y no, no me acuerdo de la gimnasta rumana haciendo piruetas entre las barras asimétricas en el que fue considerado el primer ejercicio perfecto de la historia, tan inesperado que ni los marcadores estaban preparados para ello y hubo que improvisar el 10 con un 1.00, pero sí que tengo grabada la sensación de alborozo que generó aquella proeza en mi casa. Yo siempre he creído recordar que mis padres y mis hermanos estaban comentando con excitación lo sucedido cuando yo pregunté qué estaba pasando y, entonces, me explicaron que una gimnasta llamada Nadia Comaneci había logrado un 10 y que eso era la repera.
Algo más nítidas son las imágenes que se almacenaron en mi cerebro cuatro años después. Recuerdos en blanco y negro -¿es verdad que solo soñamos en blanco y negro?- de los Juegos del osito Misha, una de las primeras mascotas que se hizo universal y que generó fajos y más fajos de rublos. En esa época, en esos Juegos, empezó mi afición por el atletismo. De la mano de Sebastian Coe y Steve Ovett, de Jordi Llopart y Domingo Ramón.
Desde entonces los Juegos son mucho más que un acontecimiento inexcusable. Los años bisiestos son los mejores. Esos años voy descontando impaciente los meses que quedan hasta el encendido del pebetero. Las vacaciones se amoldan a este acontecimiento. Y el trabajo. No hay nada más importante ese verano. Y sin son por la noche, se duerme por el día. No hay problema.
Tal es la emoción que provocan en mí esas tres semanas apoteósicas, que soy tremendamente feliz picoteando de casi todos los deportes. Pero, aún así, no pierdo la perspectiva. Sé que el olimpismo es también un negocio que mueve millones de dólares. Lo tengo todo claro, pero, aún así, no dejo de saber que el deporte es un juego. Competir, en el fondo, es jugar. Igual que la música es ocio y las Fallas, una fiesta. Gigantesca, pero una fiesta.
Tengo, por lo tanto, claras las prioridades. Y una pandemia está muy por delante de cualquier juego, tipo de ocio o fiesta. Incluidos los Juegos. Ahora mismo lo más importante es frenar la expansión de coronavirus; hay que evitar que la enfermedad colapse los hospitales, la sanidad. Desconozco los tiempos de un evento de la magnitud de unos Juegos Olímpicos y quiero creer que, si fuera posible tener un poco de sangre fría y demorar al máximo la decisión, en verano el coronavirus ya no será una amenaza. Aunque, claro, puede no ser una amenaza para el hemisferio Norte pero sí serlo desde el Sur.
El fuego sagrado ya ha prendido la antorcha olímpica. Se encendió, como manda la tradición, en las ruinas de Olimpia este jueves y ahora el gran interrogante, la duda que me corroe día tras día, es si esa llama sagrada llegará a encender el pebetero el 24 de julio. Fernando Arrechea, una de las voces más autorizadas de España en materia olímpica, tuiteaba el jueves que se reafirmaba en su “confianza absoluta en Japón, sus autoridades y ciudadanos”, y que eso le llevaba a pensar que en Tokio “no será un problema frenar esta pandemia”. Pero que el problema venía de la solvencia de otras naciones.
Y, mientras, se están interrumpiendo las grandes competiciones del deporte mundial. Por prudencia, para frenar la propagación del virus, pero así también se consigue lo que pregonan referentes del deporte como LeBron James o Pep Guardiola, que pierde todo el sentido un espectáculo como es el deporte profesional sin público. Yo pienso lo mismo.
Y hay un par de inconvenientes colaterales con todas estas anomalías causadas por la pandemia. Uno son los problemas que se están encontrando los deportistas para preparar una cita olímpica, que no es cosa de un mes ni de dos. Instalaciones cerradas, torneos clasificatorias clausurados, competiciones preparatorias en suspenso... No ayuda. Está claro. Pero aquí hay que volver a tener claras las prioridades. Y la salud está siempre al frente de la lista. El segundo problema es el atasco monumental que se va a provocar después de verano. Aunque, quién sabe, igual no está tan mal y cada semana tienes un Grand Slams de tenis, un major de golf, un Gran Premio de motociclismo...
En fin, paciencia. Es solo un juego.