VALÈNCIA. La capacidad de regeneración del Valencia se inscribe con cifras como las que aporta la España de este Mundial. ‘En qué club debutaron los 26 seleccionados de Luis Enrique’, denuncia una de esos infinitos reportajes dedicados a contestar una pregunta. La respuesta la lidera el Valencia, con cinco jugadores.
La selección española, hecha a partir de comarcas valencianas, es también la geografía de un modelo que pudo haber sido y no es: un Valencia construido con sus recursos propios. Gayà, Soler, Ferran, Alba (sí, ya sé) o Guillamón son el acento abierto de una moneda que tiene dos caras.
La cara A, la demostración de que incluso en fases plomizas de la historia del club, como por espontaneidad se da pie a una columna vertebral fabricada o moldeada en Paterna. Si tantas veces el relato subyugado a los vientos de Singapur viene a imponer que el Valencia necesita optimizar recursos, traerlos jovencitos de aquí y de allá para servir de palanca a terceros … frente a todo eso la realidad: con estabilidad y un proyecto solvente el Valencia podría ‘ahorrarse’ costes por mercadeo, sostenido por sus recursos propios. Al menos durante el tiempo suficiente como para encontrarles recambios curtidos.
Por el contrario, la cara B es la constatación de que para que los talentos criados en proximidad permanezcan, se tiene que apelar a la hazaña personal. Como con Gayà, ante quien solo se acaba planteando qué le ofrece él al Valencia, pero no qué tiene el Valencia para ofrecerle. La posibilidad de quedarse en el club de tus amores acaba reducida a una cuestión de pura heroicidad. Sería más productivo que fuera por una conveniencia mútua. Es más sencillo acusar de infieles a quienes se van, equivocando que el problema no es su marcha, sino el escaso aprovechamiento antes de que escapen.
Frente a tantos intentos huecos por ser el Borussia o el qué-sé-yo, el ‘modelo Valencia’ estaba aquí, delante de los ojos, pero es más cómodo complacerse por cómo despuntan los cedidos en este curso escolar.